Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre (cf. Jn 6, 24-35)
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Siempre estamos tomando decisiones. Unas simples y otras importantes. Pero todas tienen algún impacto en nuestra vida y en la de los demás. Por eso es fundamental comprender cómo decidimos. Es un proceso que empieza cuando captamos algo, lo relacionamos con experiencias parecidas y elegimos.
Algunos piensan que si deciden movidos por la sensación de placer o desagrado aquí y ahora, son más auténticos y libres. Pero en realidad, como explican los psicólogos Cencini y Manenti, inconscientemente se están dejando arrastrar por sus necesidades conflictivas[1]. Además, este tipo de decisión hace de una parte del todo un falso todo[2], como advertía san Agustín, y no mide las consecuencias.
Por eso es tan importante “subir” de nivel, enriqueciendo lo anterior con la reflexión, tratando, como explica el filósofo Jaime Balmes, de abarcar al objeto entero con todas sus relaciones[3]; valorando si es bueno o no en base a una escala objetiva de valores; y midiendo las consecuencias a mediano y largo plazo, para buscar un bien auténtico, mayor, integral y perdurable.
Eso es lo que Jesús enseña cuando dice: “No trabajen por lo que se acaba, sino por lo que permanece y les da vida eterna”. Así nos invita a mirar más allá de lo inmediato; a tirarle a lo grande, a lo que dura para siempre, y decidir lo correcto: creer en él, que es el único capaz de hacer que nunca más tengamos hambre ni sed.
Solo él puede hacerlo porque es Dios, creador de todo, que se hizo uno de nosotros para, amando hasta dar la vida, liberarnos del pecado, compartirnos su Espíritu y hacernos hijos suyos, partícipes de su vida por siempre feliz, que consiste en amar.
Claro que en este camino no faltarán dificultades. Pero no nos vaya a pasar lo que a los israelitas, que en el desierto, al sentir hambre, añoraron la esclavitud de la que Dios los había liberado ¿Y qué hizo Dios? ¿Lo mandó a volar? ¡No! Los comprendió y les echó la mano[4]. Porque así es Dios: bueno. Él está de nuestro lado. Por eso nos cuida, nos alimenta y nos lleva hasta la meta[5].
Lo hace a través de su Palabra, de la Liturgia, de la oración, de las personas, y, sobre todo, de la Eucaristía. Así nos da su fuerza para que dejemos atrás los malos deseos engañosos y nos renovemos a su imagen, llevando una vida recta y pura[6], decidiendo, como dice el Papa, hacer siempre el bien a los demás[7].
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Psicología y formación, estructuras y dinamismos, Ed. Paulinas, S.A. de C.V., México, 1994, pp. 27 a 43.
[2] Cf. Confesiones, III, 4, 8
[3] Cf. El Criterio, Ed. Librería de Ch. Bouret, México, 1890, p. 3
[4] Cf. 1ª Lectura: Ex 16, 2-4. 12-15.
[5] Cf. Sal 77.
[6] Cf. 2ª Lectura: Ef 4, 17. 20-24.
[7] Cf. Ángelus, 5 de agosto de 2018.

