¿Cómo haremos para que coman éstos? (cf. Jn 6, 1-15)
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Todos somos diferentes y tenemos distinta forma de mirar las cosas y de reaccionar frente a lo que sucede. Así lo vemos con los discípulos: Jesús, viendo la necesidad de la gente, trató de involucrarlos para hacer algo, pero cada uno reaccionó de distinta manera.
Felipe, a la pregunta de Jesús sobre qué hacer para alimentar a esas personas, se limitó a decir “no se puede”. Andrés, en cambio, le dijo a Jesús que un muchacho tenía cinco panes y un par de peces; y aunque reconoció que era insuficiente, hizo algo, al igual que el joven que puso todo lo que tenía a disposición de Jesús.
Dos actitudes distintas: la del que sintiéndose “realista” dice: “no se puede”, y la del que, aún reconociendo las limitaciones y dificultades, se arriesga y trata de hacer algo con lo poco que tiene. ¿Con cuál nos identificamos?
Frente a los problemas en casa, en la escuela, en el trabajo, en la Iglesia, en la ciudad, en el país y en el mundo, ¿somos de los que dicen: “la vida es así. Esto no tiene solución. Nada va a cambiar”, y no hacen nada para que las cosas mejoren?
Eso sucede cuando no miramos más allá de lo inmediato. Por eso Jesús nos enseña que la clave para ver con más claridad, más amplitud y más profundidad es subir a la montaña, es decir, unirnos a Dios. ¿Y cómo se sube a la montaña? A través de la Palabra de Dios, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y de las personas.
Así descubrimos que de verdad Dios puede hacer maravillas, como lo hizo a través del profeta Eliseo[1]. Y eso nos hace más confiados, más seguros, más creativos y hasta más atrevidos. Los grandes inventores, constructores y fundadores nunca han sido de los que dicen “imposible”, sino aquellos que han creído que sí se puede y lo han hecho posible.
Así lo hizo Andrés, que, aún reconociendo con realismo que los panes y los peces que el joven ofrecía eran poco, pero que eran todo lo que había, no tuvo miedo a la posibilidad de hacer ridículo y los puso en manos de Jesús, que los multiplicó hasta saciar a la multitud[2].
“Jesús –dice el Papa– sacia no solo el hambre material, sino esa más profunda, el hambre del sentido de la vida, el hambre de Dios. Frente al sufrimiento, la soledad, la pobreza y las dificultades de tanta gente, ¿qué podemos hacer nosotros? Lamentarse no resuelve nada, pero podemos ofrecer lo poco que tenemos, como el joven del Evangelio”[3].
Comenta san Teofilacto: “Aprendemos en este milagro a no apocarnos” [4]. Ofrezcámosle a la familia y a los que nos rodean tratar de ser un poco más humildes, amables y comprensivos con ellos; soportarlos con amor y esforzarnos por mantener la unidad y la paz[5]. Así, Jesús podrá, a través de nosotros, saciar tanta hambre material y espiritual que hay en casa y en el mundo.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
[1] Cf. 1ª Lectura: 2 Re 4, 42-44.
[2] Cf. Sal 144.
[3] Ángelus, 26 de julio de 2015.
[4] En Catena Aurea, 12601.
[5] Cf. 2ª Lectura: Ef 4,1-6.