El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido (cf. Mt 13, 44-52)
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Siempre estamos decidiendo. Desde que comienza el día tenemos que decidir entre levantarnos o seguir acostados un rato más; entre hacer ejercicio o no; entre ponernos esta o aquella ropa. Unas decisiones son sobre asuntos importantes y otras sobre cuestiones sencillas. Pero todas las decisiones tienen algún impacto en nuestra vida. Así, algo simple como lo que decidimos comer, influye en nuestra salud.
Además, como no vivimos solos, nuestras decisiones siempre tienen algún efecto en los demás. Si decido dejarme llevar por el mal humor, las malas amistades, los chismes, los rencores o un amor prohibido, eso repercutirá en mi matrimonio y en mi familia. Y si en el trabajo, la escuela y la sociedad decido dejarme llevar por el egoísmo, la indiferencia, la ambición, las envidias y el usar a los demás, eso tendrá consecuencias.
De ahí que sea tan importante decidir bien. Salomón lo entendió; por eso le pidió a Dios sabiduría para discernir el bien del mal[1]. ¡Cómo necesitamos esa sabiduría para saber qué hacer con nuestro cuerpo, con nuestra sensualidad, con nuestros afectos, con nuestro carácter, con nuestra inteligencia, con nuestra voluntad! ¡Cómo la necesitamos para dirigirnos y sacar adelante nuestra vida, nuestra familia y nuestra sociedad!
¿Y saben qué? Que esa Sabiduría ha venido a nosotros en Jesús. Él, amando hasta dar la vida, ha echado a través de su Iglesia la red de su amor para, como explica san Gregorio, rescatarnos del ahogamiento del pecado y la muerte eterna[2], y llevarnos a Dios, en quien, como dice san Agustín: “Lo que hay en ti de fugaz y perecedero será reformado… las cosas no te arrastrarán hacia donde ellas retroceden, sino que permanecerán contigo y serán siempre tuyas, en un Dios estable y permanente”[3].
¡Eso es lo que nos ofrece Jesús! ¡En él se hace presente el Reino de Dios! ¿Qué nos toca hacer para alcanzarlo? Dos cosas: desprendernos y adquirir, como nos lo enseña en la parábola del tesoro y la perla. Desprendernos de lo que nos daña, como el egoísmo, que nos encadena a los placeres y a las cosas, y que nos hace usar a los demás y abusar de la tierra. ¿Y qué debemos adquirir? El amor a Dios y al prójimo, como manda Jesús. Un amor que nos hace capaces de subordinar todo a Dios, como explica el Papa[4].
Teniendo como criterio de nuestras decisiones el amor[5], todo, hasta la adversidad, nos aprovechará para ir alcanzando la plenitud de Jesús, nuestro modelo, y gozar de su dicha eterna[6]. Porque eligiendo ser comprensivos, justos, pacientes, serviciales, solidarios, perdonar y pedir perdón, nos dejaremos rescatar por él y nos haremos de su equipo para echar juntos la red del amor, que es capaz de rescatar nuestro matrimonio, nuestra familia y nuestro mundo.
Quizá nos sintamos débiles para despojarnos de nuestros apegos negativos, adquirir formas positivas de ser y echarle la mano a demás ¡Ánimo! Jesús está con nosotros. Él nos comunica la fuerza de su Espíritu de Amor en su Palabra, en sus sacramentos y en la oración, para que podamos decidir bien y hacer lo que nos pide.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 1ª. Lectura: Re 3, 5-13.
[2] Cf. Homiliae in Evangelia, 11,4.
[3] Cf. Confesiones, Libro IV, Cap. XI, 1.
[4] Cf. Ángelus, 30 de julio de 2017.
[5] Cf. Sal 118.
[6] Cf. 2ª. Lectura: Rm 8,28-30.