Muchas cosas te preocupan, siendo una sola necesaria (cf. Lc 10, 38-42)
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Abraham sabía que quien recibe a Dios hace su vida eternamente fecunda. Por eso, habiéndose encontrado con él, le dijo: “Señor, te ruego que no pases junto a mí sin detenerte”[1]. Ese mismo Dios, creador de todo, ha venido a nosotros en Jesús, que se encarnó y dio su vida para liberarnos del pecado y unirnos a él, en quien somos felices por siempre[2].
Por eso Marta no desaprovechó la oportunidad de recibirlo. Pero se dejó absorber tanto por el quehacer, que no se dio tiempo para atenderlo. Aunque hacía cosas buenas y con buena intención, por no escuchar, terminó imponiendo sus ideas a los demás. Y como Jesús y su hermana no actuaron como quería, se peleó con ellos; no escuchó, ni habló, como hace notar el Papa, solo reclamó[3].
Lo mismo puede pasarnos. Porque aunque recibamos a Jesús que viene a nosotros en su Palabra, en la Eucaristía, en la Liturgia, en la oración y en el prójimo, quizá, por andar muy ocupados, no nos demos tiempo para escucharlo. Y probablemente tampoco escuchemos a la esposa o al esposo, a la familia, a la novia o al novio, a los amigos, a los compañeros y a la gente que tratamos.
Entonces, por no escuchar, les imponemos nuestras ideas. Y cuando no actúan como queremos, en lugar de dialogar, estallamos y nos peleamos con todos, incluso con Dios.
Para que no nos dejemos arrastrar por las cosas, hasta acabar aislados y fuera del camino, Jesús nos ayuda repitiéndonos lo que dijo a Marta: “Muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará”.
“María –comenta san Agustín–… se convirtió en testigo de la bondad del escuchar”[4]. Porque, “escuchar –explica el Papa– nos permite ejercitar el arte del discernimiento”[5].
Escucha a Dios y a los demás. Así, en medio de los trabajos, descubrirás que, como decía santa Teresa: “entre los pucheros anda el Señor ayudándonos en lo interior y exterior” [6]. Él te ayuda a distinguir para que elijas lo que hace la vida plena y eterna: el amor, que es actuar honradamente, con justicia, sinceridad, y sin hacer mal a nadie[7]. Así, todo lo que hagas, te servirá para realizarte, para construir una familia y un mundo mejor, y para ser feliz por siempre.
+ Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 1ª Lectura: Gn 18,1-10.
[2] Cf. 2ª Lectura: Col 1,24-28.
[3] Cf. Ángelus Domingo 18 de julio de 2010.
[4] Sermón 179, 2-3.
[5] Mensaje para la 56 Jornada Mundial de las comunicaciones sociales.
[6] Fundaciones, Libro V, 8.
[7] Cf. Sal 14.

