Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha (cf. Mt 13, 24-28)
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En este mundo conviven el bien y el mal, no cabe duda. La naturaleza es maravillosa, y a la vez aterradora. Los seres humanos somos capaces de cosas muy buenas, y también muy malas ¿Porqué pasa eso? ¿Así nos hizo Dios?
¡No! Él, que es bueno[1], lo creó todo bueno, y nos encomendó cuidar y perfeccionar la tierra. Pero nos descuidamos y dejamos que el demonio sembrara en nosotros la cizaña de la desconfianza en Dios, el pecado, que ha hecho crecer en el mundo el mal y la muerte.
Sin embargo, el Padre envió a Jesús para que sembrara en nosotros su Espíritu de Amor, que nos libera del pecado y nos hace hijos suyos, partícipes de su vida por siempre feliz. Así nos da la fuerza para vencer al mal con el bien, cuya raíz es el amor, que es paciente. Por eso Dios, que cuida de todos, nos da tiempo para que nos corrijamos, y nos enseña a ser pacientes con los que fallan[2]. “Paciencia –dice san Agustín… porque hay muchos que al principio son cizaña y después se hacen trigo”[3]. Así fue en su propio caso.
Habiendo sido educado desde pequeño en la fe católica por su mamá, Agustín se alejó de Dios y comenzó a sentir vergüenza de no ser desvergonzado. Se juntó con una mujer, que luego lo dejó con un hijo, pero se buscó otra. Deslumbrado por la doctrina dizque muy avanzada de los maniqueos, sin conocer realmente la fe católica, la despreció y se metió en esa secta, cuya moral justificaba su mala vida ¡Hasta creía en los horóscopos!
Pero su mamá no perdió la esperanza; oraba por él y hacía lo que podía para orientarlo. Poco a poco Agustín se decepcionó de la secta y la dejó. Pero luego, influido por algunos filósofos, comenzó a dudar de todo. Hasta que conoció al Obispo san Ambrosio, que le descubrió la verdadera fe católica. Entonces empezó a ver con claridad. Y después de muchas luchas interiores, se bautizó y se retiró a una vida común de pobreza, oración y estudio de la Palabra de Dios, hasta que fue ordenado sacerdote y luego Obispo.
Con su vida, su testimonio, su trabajo y sus escritos, san Agustín hizo un gran bien a muchos ¡Y lo sigue haciendo! Él comprendió que cambiar y ser mejor no se consigue de un momento a otro, sino que es una lucha de cada día, que dura toda la vida. Así lo entendió también santa Margarita de Cortona, que luego de haber vivido como amante de un hombre rico entre lujos y fiestas, con la ayuda de los franciscanos se hizo Terciana y hasta fundó un hospital donde ella misma atendía a los pobres. Nunca demos por perdido a nadie. No nos precipitemos, porque podemos equivocarnos. Hay que saber esperar al final de la historia, cuando el mal será arrancado para siempre.
Claro que mientras llega ese día, el Reino de Dios parece débil. Así podemos sentirlo cuando nuestros deseos de ser mejores combaten con nuestras debilidades, que muchas veces ganan. Pero no desesperemos; la semilla de vida plena y eterna que Dios ha sembrado en nosotros desde el bautismo, va creciendo poco a poco; y si la alimentamos con su Palabra, sus sacramentos, la oración y haciendo el bien, crecerá tan grande y robusta, que comunicará fe, esperanza y amor a los demás.
Así seremos levadura que ayude a levantar nuestro matrimonio, nuestra familia y nuestro mundo. El Espíritu Santo nos ayuda[4], para que, a pesar de todo, sigamos adelante, fiados en que Dios, como dice el Papa, hará crecer cada semilla de bien presente en la tierra[5].
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Sal 85.
[2] Cf. 1ª Lectura: Sb 12,13.16-19.
[3] Cf. Quaestiones evangeliorum, 12.
[4] Cf. 2ª Lectura: Rm 8, 26-27.
[5] Ángelus, 14 de junio de 2015.