Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados (cf. Mt 11, 25-30)
…
Hay veces que no aguantamos más; enfermedades, penas, problemas. Y ahora una pandemia que nos ha cambiado la vida, que nos está provocando una difícil situación económica, y que quizá haya alcanzado a familiares y amigos.
¿Y qué es lo peor que puede pasarnos cuando sufrimos? Sentir que estamos solos, que nada tiene sentido y que no hay esperanza. Pero Dios, que es bueno y que ama a todas sus creaturas[1], no nos abandona ¡Al contario! Se hace uno de nosotros en Jesús y nos dice: “Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados, y yo les daré alivio”.
¿Cómo nos alivia? Quitándonos la carga que llevamos de más: el pecado y el egoísmo, que acaban por destruirnos[2], y enseñándonos a llevar las otras cargas para llegar a la meta: Dios, que nos hace felices por siempre. Solo él puede hacerlo[3]. Así nos da la paz[4]. Únicamente necesitamos ser sencillos, es decir, estar abiertos para comprenderlo. Porque cuando creemos que lo sabemos todo, nos aislamos y no nos dejamos ayudar[5].
Vayamos a Jesús que viene a nosotros en su Palabra, en sus sacramentos, en la oración y en el prójimo, y aprendamos su estilo de carga: fiarnos de Dios y ser buenos. En una palabra: vivir amando. Se trata, como explica san Hilario, de ser más considerados con los demás, de no odiar a nadie[6]. Es, como dice el Papa, cargar con el peso de los demás y no cargar sobre ellos nuestras ideas, nuestras críticas o nuestra indiferencia[7].
Benedicto XVI señala que el verdadero remedio para las heridas de la humanidad, materiales, psicológicas o morales, es el amor [8]. En estos momentos tan difíciles, hagamos lo que podamos para ayudar a la familia y a los demás a aligerar su carga de soledad, angustia y hambre. Cuidémonos entre todos usando cubreboca, lavándonos frecuentemente las manos, guardando sana distancia, compartiendo con los más necesitados y si es posible, quedándonos en casa.
Confiando en Dios y siendo bondadosos, nos libraremos de la ansiedad que provoca la ambición. Tendremos la tranquilidad de ser útiles para los que demás, de estar ayudando a construir una familia y un mundo mejor, y, como dice san Juan Crisóstomo, de saber que alcanzaremos la paz eterna[9]. Y si sentimos, como decía san Juan Pablo II, que todo se derrumba alrededor de nosotros, y tal vez, también dentro de mostros mismos, recordemos que Jesús es el apoyo que nunca falla[10].
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
___________________________________
[1] Cf. Sal 144.
[2] Cf. 2ª. Lectura: Rm 8, 9.11-13.
[3] Cf. San Juan Crisóstomo, Homiliae in Matthaeum, hom. 38,2.
[4] Cf. 1ª Lectura: Zac 9,9-10.
[5] Cf. San Agustín, sermones, 67,8: “Bajo el nombre de sabios y prudentes, se entiende los soberbios”.
[6] Cf. In Matthaeum, 11.
[7] Cf. Ángelus, 6 de julio de 2014.
[8] Ángelus, 3 de julio de 2011.
[9] Cf. Homiliae in Matthaeum, hom. 38,2.
[10] ¡Levantaos! ¡Vamos!, Ed. Plaza & Janés, México, 2004, p. 170.