El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí (cf. Mt 10, 37-42)
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Normalmente, todos tenemos muchos amores; amamos a la familia, a los amigos, a la novia. Pero siendo honestos, frecuentemente ese amor se mezcla con un poco de egoísmo, de tal manera que, a veces, más que a las personas, amamos lo que ellas nos dan. Esa es la razón por la que cuando no hacen lo que queremos o no responden a nuestras expectativas, nos enojamos, tratamos de manipularlas, o de plano las mandamos a volar.
Por eso Benedicto XVI afirma que nuestro amor necesita purificación y maduración[1] ¡A eso nos ayuda Jesús! Él comienza por enseñarnos a priorizar. Porque no se puede construir el segundo piso de una casa si no se ha comenzado por los cimientos. Igual en el amor; no podemos amar de verdad a nadie, si ese amor no se edifica sobre su fundamento: Dios, que es el mismísimo amor.
Por eso Jesús nos pide amarlo primero a él, que es el amor encarnado, para poder amar de verdad. Él nos ayuda a salir del egoísmo, que nos hace cosificar a los demás, y a seguirlo, haciendo el bien incondicionalmente a todos. Así nos libramos de perder el sentido de la vida, de construir relaciones condicionadas o codependientes, y de terminar en el laberinto sin salida del amor rehusado.
Este es el anuncio que Jesús ha confiado a su Iglesia; a los laicos, a los consagrados, a los clérigos. Si los recibimos y aceptamos su mensaje reconociéndolos como gente de Dios, experimentaremos una fecundidad extraordinaria, como la que el Señor concedió al matrimonio de Sunem, que recibió al profeta Eliseo[2]. Porque solo Dios puede resucitarnos a una vida nueva y hacer que vivamos por siempre con él[3].
Caminemos a su luz y seremos felices[4]. Lo seremos a pesar de las penas, de los problemas, de los fracasos y de las ingratitudes. Porque a la luz del amor, que es Dios, valoraremos a la familia y a los demás, no por lo que nos dan o por lo que hacen, sino por lo que son, liberándonos así de relaciones insanas, utilitaristas y conflictivas, que terminan lastimándonos a todos.
Unidos a Dios, a través de su Palabra, de sus sacramentos y de la oración, dominaremos nuestro egoísmo, y, como señala san Gregorio Magno, haremos nuestras las necesidades del prójimo[5], dispuestos a seguir a Jesús, eligiendo el bien, la verdad, la justicia, “incluso –como dice el Papa– cuando esto requiere sacrificio”[6] ¡Eso es amar de verdad!
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Deus caritas est, 5.
[2] Cf. 1ª. Lectura: 2 Re 4, 8-11.14-16.
[3] Cf. 2ª. Lectura: Rm 6, 3-4. 8-11.
[4] Cf. Sal 88.
[5] Homiliae in Evangelia, 57.
[6] Homilía, 18 de agosto de 2013.