Quien cumple la voluntad de Dios, es mi familia (cf. Mc 3, 20-35)
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Muchos acudían a Jesús, reconociendo en él aquel que nos une a Dios. Sin embargo, como explica san Beda, algunos de sus parientes que no comprendieron la sabiduría de sus palabras, creyeron que se había vuelto loco[1]. Quizá también pensemos que Jesús está fuera de la realidad; que en este mundo no se puede amar a Dios sobre todas las cosas, ni amar al prójimo como a uno mismo.
Los escribas, expertos en la Escritura, aunque veían las maravillas que Jesús hacía, encerrados en sus prejuicios intentaron alterar la realidad para destruir su buena fama, como explica el Papa[2]. Pero Jesús, en lugar de pelearse con ellos, les ayuda a distinguir las cosas, invitándolos a unir fe y razón, que, como decía san Juan Pablo II, son como dos alas que nos elevan hasta la verdad[3].
Razonando, Jesús les hace ver cuatro cosas: que es ilógico que pensar que él, que expulsa a los demonios, es cómplice de Satanás, y por tanto, enemigo de Dios y de la humanidad; que solo uno más fuerte puede someter a otro fuerte; que quien se cierra a la misericordia de Dios no recibe el perdón y la salvación que solo él puede dar[4]; y que quien hace la voluntad de Dios es de los suyos.
Jesús, que es infinitamente más poderoso que el demonio, haciéndose uno de nosotros y amando hasta dar la vida, ató con el poder del amor a ese enemigo que solo busca dañarnos[5], y nos liberó de sus engaños y opresión[6] ¡Así Jesús nos demuestra que está de nuestra parte! Todo lo que dice y hace es por nuestro bien.
Solo necesitamos ser honestos y dejarnos salvar por él, que viene a nosotros a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y de las personas, para perdonar nuestros pecados[7], compartirnos su Espíritu y hacernos hijos de Dios, partícipes de su vida por siempre feliz[8].
Si el demonio trata de confundirnos, salgamos adelante uniendo fe y razón. Así descubriremos que Dios, que es amor, es más poderoso que el pecado, que el mal y que la muerte ¡Por eso siempre habrá esperanza! Y si los parientes u otros no nos comprenden o hasta nos atacan, en lugar de pelear, dialoguemos con ellos uniendo fe y razón. Así, con nuestro testimonio, les ayudaremos a amar, como Dios pide, para que tengan la dicha sin final de ser, como María, familia suya.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. En Catena Aurea, 6320.
[2] Cf. Ángelus, 10 de junio de 2018.
[3] Cf. Fides et ratio, saludo.
[4] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1864.
[5] Cf. 1ª Lectura: Gn 3, 9-15.
[6] Cf. SAN BEDA, en Catena Aurea, 6323.
[7] Cf. Sal 130.
[8] Cf. 2ª Lectura: 2 Cor 4,13-5,1.