Se le quitó la lepra y quedó limpio (cf. Mc 1, 40-45)
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¡Qué mal la pasaba un leproso! Además de quedar desfigurado, era declarado impuro y confinado a vivir solo[1]. Seguramente, al escuchar esto, sentimos pena por quienes vivieron algo así. Pero, ¡cuidado! Porque como dice san Agustín: “no hay nada más lamentable que la condición de un miserable que no tiene compasión de su miseria” [2].
Esto, porque si la lepra nos impresiona, lo que provoca interiormente el pecado es mucho peor: nos separa de Dios, nos aísla y nos deforma al volvernos egoístas, mentirosos, injustos, manipuladores, corruptos, rencorosos y violentos ¡Nos convierte en un peligro para la familia y para los demás!
Así lo reconoce san Agustín, cuando confiesa: “era seducido y seductor… engañaba… Soberbio aquí, supersticioso allá y vanidoso en todas partes”[3]. Pero al igual que el leproso del Evangelio, comprendiendo que en Jesús Dios viene a nosotros[4], y, compadecido, extiende su mano para tocarnos y sanarnos, le dijo: “Señor, no oculto mis llagas. Tú eres el médico, yo soy el enfermo”[5].
También nosotros podemos hacerlo. Podemos acercarnos a Jesús, que viene a nuestro encuentro, y reconocer nuestras culpas[6]. “Jesús –dice el Papa–… te ama… muéstrate delante de Jesús como eres para que él te pueda ayudar a progresar en la vida”[7].
¡Dejémosle que nos toque a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la Confesión, de la oración y del prójimo! “Así –comenta el Papa–, la lepra del pecado desaparece, volvemos a vivir con alegría nuestra relación filial con Dios y quedamos reintegrados plenamente en la comunidad[8].
Entonces, como hace notar san Beda: “la salud de uno solo conduce a muchos hacia el Señor”[9]. Quien es consciente de que Dios le da una nueva oportunidad, es capaz de hacer lo mismo con la esposa, el esposo, los hijos, los papás, los hermanos, la suegra, la nuera, aunque hayan cometido muchos errores. Es capaz de sentir pasión por los que le rodean, especialmente por los más necesitados, y de tener la audacia para echarles la mano, procurando, como san Pablo, “dar gusto a todos en todo”[10] ¡Hagámoslo!
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 1ª. Lectura: Lv 13,1-2.44-46.
[2] Confesiones, I, 13,1.
[3] Ibíd., I, 3; II, 1, 2. II, 9, 1; III, 1, 2; IV, 1, 1.
[4] Cf. Aclamación: Lc 7, 16.
[5] Confesiones, X, 28, 39.[6] Cf. Sal 31.
[7] Ángelus, Plaza de Armas, Lima, 21 de enero 2018.
[8] Ángelus, 11 de febrero 2021
[9] En Catena Aurea, 6140
[10] Cf. 2ª. Lectura: 1 Cor 10,31-11,1.