La paz les dejo, mi paz les doy (cf. Jn 14,23-29)
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¿Quién hay que no tenga penas y problemas? Enfermedades, dificultades en casa, en la escuela, en el trabajo. Inseguridad y violencia en el mundo. ¡Tantas cosas! Y todo esto nos hace sentir inquietos, tristes, de malas y con miedo. No vemos claro, nos desanimamos y no sabemos qué hacer.
Pero hoy Jesús resucitado, vencedor del pecado y de la muerte, nos dice: “La paz les dejo, mi paz les doy”. ¿Qué paz es esa? La seguridad de que él, con el poder del amor, amando hasta dar la vida, ha hecho triunfar la verdad, el bien y la vida. ¿Y cómo podemos recibir su paz? Dejándonos amar por él, amándolo y haciendo lo que nos dice.
Así vivimos tan unidos a Dios, que nunca estamos solos. Su Espíritu nos recuerda lo que Jesús ha enseñado y nos ayuda a distinguir la realidad completa, para que, sin quedarnos únicamente con lo malo o con lo inmediato, descubramos cómo salir adelante: caminando juntos, amándonos y echándonos la mano los unos a los otros.
Habrá situaciones frente a las que no sepamos qué hacer, como le pasó a los primeros cristianos cuando los paganos comenzaron a abrazar la fe en Jesús. ¿Qué debían hacer? ¿Imponerles la tradición de Moisés? Unos decían que sí y otros que no, y hasta se pelearon. Pero descubrieron que para salir adelante debían caminar juntos. Por eso consultaron a los apóstoles y a los presbíteros, que, escuchándose unos a otros, escucharon al Espíritu Santo para distinguir lo que debían hacer[1].
A veces también hay diferencias y pleitos en casa, en la escuela, en el trabajo, por tener distintos puntos de vista. No nos espantemos, es normal. Porque, como explica el Papa, la realidad tiene muchas facetas y matices[2]. ¿Cómo descubrir lo correcto? Caminando juntos, encontrándonos y escuchándonos unos a otros para escuchar a Dios. Y la clave para hacerlo es el amor.
“El amor –dice san Agustín–, es el único que hace… habitar en la mansión en que el Padre y el Hijo moran” [3]. Amando a Dios, a la familia y a los demás, conocemos la bondad del Señor y su obra salvadora[4], y descubrimos lo que nos espera: la vida por siempre feliz con él[5], que alcanza el que sigue su camino.
Que nada te robe la paz. Puedes tener miedo, pero no permitas que el miedo te tenga a ti. Déjate querer por Dios y quiérelo, para que pueda entrar en ti y acompañarte siempre. Así, con su luz, sabrás caminar con los demás, encontrando y escuchando para distinguir la totalidad de lo real y el recorrido completo. Entonces serás capaz de elegir lo correcto para alcanzar la dicha eterna: amar a todos, como Jesús te ha amado a ti.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 1ª Lectura: Hch 15, 1-2. 22-29.
[2] Fratelli tutti, 215
[3] In Ioannem, tract., 76.
[4] Cf. Sal 66.
[5] Cf. 2ª Lectura: Ap 21,10-14. 22-23.