Rema mar adentro y echen sus redes (cf. Lc 5,1-11)
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Quizá te sientas sin ánimo, porque por más que hiciste, las cosas no salieron como esperabas en tu vida, en tu matrimonio, en tu familia, en la escuela, en el trabajo, en tu país y en el mundo. Y hasta puede ser que estés pensando que en realidad nada resulta, y que no vale la pena seguirte esforzando. Algo así le pasó al brillante abogado Alfonso María de Ligorio: estaba desilusionado, porque a pesar de haber hecho todo bien, perdió un juicio, amañado desde el principio.
Pero que no todo salga bien es algo que ha pasado desde el inicio de la creación. Porque aunque Dios lo hizo todo bueno, nosotros lo echamos a perder al desconfiar de él y pecar. ¿Y qué hizo Dios? ¿Se decepcionó y dejó las cosas así? ¡No! Decidió arreglarlo todo. Y Jesús, diciendo como el profeta: “Aquí estoy”[1], le entró a su proyecto de rescatarnos del mar mortal del pecado; compartirnos su Espíritu y subirnos a su Iglesia para que logremos la mejor de las “pescas”: ser hijos de Dios, ¡participes de su vida por siempre feliz!
Por eso, como hizo con Pedro, Jesús viene a nuestro encuentro a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y de las personas. Si lo dejamos subir a la barca de nuestra vida, de nuestro matrimonio, de nuestra familia y de nuestra sociedad, él nos acompañará y nos dirá cómo hacer las cosas. ¿Y qué nos dice? Que confiando en él, “rememos mar adentro” y “echemos las redes”. ¿Qué es “remar mar adentro”? Lo explica san Ambrosio: es entrarle a fondo[2]. Es darlo todo para conocer profundamente a Dios, a nosotros mismos, a la pareja, a la familia, a los demás y la realidad. Y para eso se requiere encontrar y escuchar.
Así distinguiremos la realidad; que Dios, que lo sabe todo y todo lo puede, es amor y nos ama. Que quiere lo mejor para nosotros. Que si no lo hemos logrado, mucho ha sido por nuestros pecados. Que para salir adelante hay que corregirnos y hacerle caso, conscientes de que, como dice el refrán: “si sigues haciendo lo que estás haciendo, seguirás consiguiendo lo que estás consiguiendo”. Jesús amplía nuestros horizontes; nos hace ver que el recorrido no termina en esta tierra, sino en el cielo. Y ofreciéndonos esa meta infinita, nos comparte su misión: salvar a todos, tomando conciencia de lo mucho que vale cada persona, siempre y en cualquier circunstancia.
Por eso hay que entrarle a fondo para ayudar a la familia y a los que nos rodean a salir del mar de la confusión, la soledad, el pecado, la miseria y la muerte; subir a la barca de la Iglesia y llegar a Dios. ¿Y cuál es la técnica? El amor. Así lo descubrió el abogado que fracasó en los tribunales, san Alfonso María de Ligorio; Dios le abrió una etapa nueva y mucho más grande. Entonces, dejó la abogacía, se ordenó sacerdote, y encontrando y escuchando distinguió lo que debía hacer: fundar la Congregación del Santísimo Redentor, que hoy cuenta con más de 5,000 miembros en 77 países.
Si hasta ahora las cosas no te han salido bien, no te rindas. No pienses que eso es definitivo. No hagas de una parte del todo un falso todo. Deja que Jesús suba a la barca de tu vida, y, confiando en él, llega al fondo de Dios, de ti, de los demás y de la realidad, y echa las redes del amor para ayudar a todos a subir a la barca de la Iglesia y llegar a Dios. Entonces comprobarás que quien acepta a Jesús, no cree en vano[3]. Porque, como dice el Papa: “él obra grandes cosas en nosotros”[4]. ¡Nos ayuda siempre[5]!
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 1ª Lectura: Is 6,1-2.3-8.
[2] Cf. Catena Aurea, 9504.
[3] Cf. 2ª Lectura: 1 Cor 15,1-11.
[4] Cf. Ángelus, 10 de febrero 2019.
[5] Cf. Sal 137.