Curó a muchos enfermos de diversos males (cf. Mc 1, 29-39)
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Job la estaba pasando mal: asaltos y percances lo habían dejado sin empleados, sin bienes y sin hijos. Se enfermó, su esposa lo rechazó y sus amigos no lo comprendían. Por eso, con dolor decía: “me han tocado meses de infortunio”[1].
A veces nos suceden cosas semejantes: robos, accidentes, desastres naturales, violencia, muerte de seres queridos, enfermedades. Y en ocasiones, como a Job, aquellos en quienes confiamos nos dan la espalda o, aún tratando de echarnos la mano, no nos entienden y no nos ayudan de manera correcta.
Pero Dios, que nos ama y nos comprende, sana nuestros corazones[2]. Para eso ha compartido nuestras debilidades haciéndose uno de nosotros en Jesús, quien, amando hasta dar la vida, se ha hecho cargo de nuestros dolores[3], como lo demuestra al curar a la suegra de Pedro y a mucha gente.
Él puede sanar nuestro corazón, herido por las propias debilidades y errores; por las penas, los problemas, los fracasos, las incomprensiones y las decepciones. Él puede sacarnos adelante, porque nos ofrece un futuro tan grande y sin final, que, como dice Benedicto XVI, hace que valga la pena el esfuerzo del camino[4].
Así nos levanta y, como dice san Beda, nos da la posibilidad de ayudar a los demás[5], imitando a san Pablo, que, aprendiendo de Jesús, supo hacerse todo a todos[6]. Porque para echarle la mano a alguien debemos ponernos en sus zapatos. De lo contrario, como los amigos de Job, aún con buena intención, juzgaremos y regañaremos, en lugar de comprender y ayudar.
Nos pasará lo que aquella señora a la que el marido, que estaba muy enfermo, le pregunta: “Llorarás cuando me muera?”. Y en lugar de responder algo consoldaror, contesta: “Ya sabes que lloro por cualquier tontería”. No hay que ser así. No seamos fríos ni distantes. No estemos juntos pero no unidos ¡Vayamos a los demás!, como aconseja el Papa[7].
Acerquémomos a la esposa, al esposo, a los hijos, a los papás, a los hermanos, a la suegra, a la nuera y a los que nos rodean, especialmente a los más necesitados; dediquémosles tiempo, escuchémoslos, pongámonos en su lugar, sintamos lo que sienten, y ayudémosles a llevar su carga.
Y para tener la sensibilidad para hacerlo, al igual que con la pila del celular, “carguemos” diariamente nuestra “batería espiritual”, como hacía Jesús, uniéndonos a Dios, a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y del prójimo. Así, él nos dará la fuerza para salir adelante y para ayudar a los demás a hacerlo también.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 1ª. Lectura: Jb 7,1-4.6-7.
[2] Cf. Sal 146.
[3] Cf. Aclamación: Mt 8, 17.
[4] Cf. Spe salvi, 1.
[5] Cf. Super Lucam, cap. 4.
[6] Cf. 2ª. Lectura: 1 Cor 9,16-19.22-23.
[7] Cf. Angelus, 4 de febrero 2018.