El que permanece en mí y yo en él, da fruto abundante (cf. Jn 15, 1-8)
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Es feo sentirse solo; no tener con quien compartir nuestras alegrías, nuestras penas, nuestros proyectos, alguien que nos comprenda y que nos eche la mano ¡Pero hoy Jesús nos hace ver que con él nunca estamos solos! Somos parte de él, como las ramas que brotan de la vid, y que producen hojas y racimos.
Unidos a Jesús, como explica el Papa, pasa a nosotros la sabia del amor de Dios, el Espíritu Santo[1]. Ese amor que nos hace felices por siempre. Por eso Jesús aconseja: “Permanezcan en mí y yo en ustedes” ¿Cómo? En su Iglesia, a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y de las personas.
Así, como explica san Agustín, el Padre nos cultiva, nos hace mejores[2]. Nos libera de la plaga del pecado que hace que el egoísmo se nos meta y se vaya extendiendo hasta impedir que recibamos la luz del amor que da vida, haciéndonos soberbios, agresivos, envidiosos, rencorosos e indiferentes, hasta aislarnos, volvernos infecundos y matarnos.
Además de sanarnos, el Padre nos “poda”, es decir, nos ayuda a desarrollarnos adecuadamente para prosperar y dar fruto de mayor calidad. Y ese fruto es el amor. Un amor que nos lleva a echarle la mano a los demás, sea quien sea, empezando por el que está cerca de nosotros en la familia, en la comunidad, en el trabajo, en la escuela[3].
Así lo hizo Bernabé con Pablo; cuando vio que trataba de unirse a los discípulos, pero éstos le tenían miedo porque dudaban de él, se la jugó presentándolo a los apóstoles y contándoles de su encuentro con Jesús y la manera en que había predicado con valentía en su nombre, y así logró que lo aceptaran[4]. Bernabé comprendió que hay que interesarnos por los demás; que hay que amar de verdad y con las obras[5].
Amemos de verdad en casa y en nuestros ambientes. Seamos sensibles a lo que le pasa a los demás. Démonos cuenta que todos somos sarmientos de la única vid. Que lo que afecta a uno nos afecta a todos. Por eso el Papa insiste en que debemos constituirnos un “nosotros” que habita la casa común[6] ¡Hay que echarnos la mano unos a otros para que todos nos sintamos saciados[7]!
“Obras quiere el Señor –recordaba santa Teresa a las religiosas carmelitas–, y que si ves una enferma a quien puedes dar algún alivio… te compadezcas de ella; y si tiene algún dolor, te duela a ti; y si fuera necesario, lo ayunes, porque ella lo coma… y si oyeres hablar bien de una persona te alegres como si hablaran bien de ti… y cuando vieres una falta en alguna, sentirla como si fuera en ti y no exhibirla”[8]
Es cierto que a veces amar cuesta trabajo. Pero con la ayuda de Dios, es posible. Por eso, hagámosle caso a Jesús y permanezcamos en su amor. Así daremos un fruto tan bueno, que hará nuestra vida plena y eterna, haciendo mejor la vida de los demás.
+Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Papa Francisco, Regina coeli, 3 de mayo de 2015.
[2] Cf. De verb. Dom., ser. 59.
[3] Cf. Regina caeli, Domingo, 6 de mayo de 2018.
[4] Cf. 1ª Lectura: Hch 9 26-31.
[5] Cf. 2ª Lectura: 1 Jn 3, 18-24.
[6] Cf. Fratelli tutti, 17.
[7] Cf. Sal 21.
[8] Cf. De las moradas, V, 3, 11.

