¿Eres tú el que ha de venir? (cf. Mt 11, 2-11)
…
A veces, aunque las cosas vayan más o menos bien, sentimos que nuestra vida, nuestro matrimonio, nuestra familia y nuestro mundo no son lo que quisiéramos. Y es que todo en esta tierra es limitado y se termina. Pero algo nos dice que eso puede cambiar. Y así lo confirma Dios, que, por medio del profeta Isaías, nos invita a alegrarnos, porque él viene a salvarnos[1].¿Pero cuándo llegará ese día? Ya llegó con Jesús, que siendo Dios, se hizo uno de nosotros para curarnos del pecado y hacernos ver la realidad, escucharlo a él, a nosotros mismos y a los demás, y resucitar a la vida plena y eterna del amor.
¡Démonos cuenta! Con Jesús, cuyo nacimiento estamos preparándonos a celebrar, ha comenzado algo nuevo, que llegará a plenitud cuando vuelva para unirnos definitivamente a Dios, en quien seremos felices por siempre. Por eso Santiago nos anima a tener la paciencia del labrador, que aguarda con esperanza que la semilla sembrada en la tierra dé fruto[2]. Y es que todo tiene un proceso.
Así lo vemos con un embrión humano; es ya una persona, que se va a ir desarrollando poco a poco. También sucede con el aprendizaje: adquirir un nuevo conocimiento, tocar bien un instrumento o alcanzar buenos logros en un deporte, no se consigue en un día, sino mediante un proceso. Lo mismo es cuando se pinta un cuadro, se arma un rompecabezas o se cocina una comida.
Dios ha sembrado en el mundo a Jesús, que, amando hasta dar la vida, ha llevado a la creación a su salto evolutivo más importante y definitivo, haciendo que todo participe de su plenitud eterna. Y para que esto se vaya realizando y nosotros hagamos lo que nos toca, él nos comparte su Espíritu a través su Palabra, de la Eucaristía, de la Liturgia, de la oración y del prójimo, repitiéndonos aquello que dijo a los discípulos del Bautista: “Dichoso aquel que no se siente defraudado por mí”.
Aunque las cosas no salgan como esperabas. Aunque haya penas y problemas en casa, en la Iglesia y en la sociedad. Aunque parezca que nada mejora o que hasta todo empeora, no te enganches a eso como si no hubiera algo más. No te dejes encarcelar por la desilusión. No mandes todo a volar. No te alejes de Jesús. ¡Al contrario! Acércate a él y déjale que te alivie, ayudándote a ver más allá de lo inmediato[3].
Así, reanimándote cada día por Jesús, podrás animar a tu familia y los que te rodean, aprendiendo de él, que, como explica san Juan Crisóstomo, a la pregunta de si era quien habría de venir, respondió con sus obras[4]. Porque, como afirma el Papa, en Jesús hablan los hechos[5]. Que así sea en nosotros. De esta manera, confiando en Dios, con paciencia y obras de amor, ayudaremos a preparar el camino del Señor.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
__________________________
[1] Cf. 1ª. Lectura: Is 35,1-6.10
[2] Cf. 2ª. Lectura: St 5,7-10
[3] Cf. Sal 147.
[4] Cf. Homiliae in Matthaeum, hom. 36,2.
[5] Cf. Ángelus 11 de diciembre de 2016.