Tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará (cf. Mt 6, 1-6. 16-18)
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Hoy Jesús nos invita a ir con él de excursión para llegar a la meta: la casa del Padre, en quien seremos felices por siempre. ¡Eso es la Cuaresma! Es ponernos la señal de la ceniza y caminar con Jesús, iluminados por su Espíritu, que es el amor, haciendo equipo con los demás.
Sin embargo, quizá te des cuenta de que estás fuera de condición; que te has dejado debilitar y enfermar por el egoísmo y el pecado. ¡Cuidado! Eso es peligroso. Porque te limita, te convierte en una carga para ti y para los demás, y te pone en riesgo de perder la vida plena y eterna.
Por eso Dios, que te creó y te ama, te da una nueva oportunidad. Te dice que todavía estás a tiempo de volver a él y dejarle que te ayude[1]. Él puede y quiere renovarte[2]. Lo hace a través de Jesús, que te echa la mano para que sanes y te pongas en forma.
Para eso comienza por hacerte ver que aparentar no funciona. Que para sanar del egoísmo hay que hacer ayuno y abstinencia. Y que para ponerte en forma hay que ejercitarse compartiendo lo que eres y lo que tienes con la familia y con los demás, especialmente con los más necesitados, para ayudarles a que juntos sigamos adelante en este viaje al cielo.
Entra en tu habitación, es decir, como explica san Agustín, entra dentro de ti[3]. Y ahí, encuéntrate con Dios, a través de su Palabra, de la Liturgia –especialmente de la Eucaristía–, de la oración y de las personas. Aprovecha este tiempo y reconcíliate con él[4]. Así podrás reconciliarte contigo y con los que te rodean.
No endurezcas el corazón[5]. Reconoce lo que debes cambiar. Decídete a quitar de ti lo que te está alejando de Dios, lo que te está dividiendo internamente, y lo que te está separando de tu familia y de los demás. Y proponte vivir unido a Dios para que puedas vivir en comunión contigo y con los que te rodean.
“La cuaresma –dice el Papa– es un tiempo que el Señor nos da para volver a la vida, para curarnos interiormente y caminar hacia la Pascua, hacia lo que permanece, hacia la recompensa del Padre”[6].
Miremos el recorrido completo y la meta maravillosa y sin final que Jesús ha hecho posible, amando hasta morir y resucitar. Una meta que alanza el que camina con él, amando de verdad y echándole la mano a los demás.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 1ª Lectura: Jl 2, 12-18.
[2] Cf. Sal 50.
[3] Cf. De sermone Domini, 2, 3.
[4] Cf. 2ª Lectura: 2 Cor 5, 20-6, 2.
[5] Cf. Aclamación: Sal 94.
[6] Homilía, Miércoles de Ceniza, 2 de marzo 2022

