Enseñaba como quien tiene autoridad (cf. Mc 1, 21-28)
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¿Se acuerdan de la canción “Amigo” de Roberto Carlos? En una de sus estrofas dice: “En ciertos momentos difíciles que hay en la vida, buscamos a quién nos ayude a encontrar la salida”. Así pasa. Porque aunque la vida es maravillosa, de pronto se nos oscurece por las enfermedades, las penas, los problemas y la muerte.
Pero Dios hace brillar su luz en Jesús[1], el profeta que había prometido[2]. Ese profeta que, como explica Benedicto XVI, no predice el futuro, sino que muestra el camino que conduce a Dios, en quien el futuro es posible[3].
Unido al Padre y amando hasta dar la vida, Jesús nos ha liberado del pecado, del demonio y de la muerte; nos ha unido a sí mismo, nos ha compartido su Espíritu y nos ha hecho hijos de Dios, partícipes de su vida por siempre feliz ¡Así nos ayuda a encontrar la salida a una vida sin sentido, monótona y sin esperanza!
Jesús nos ayuda a descubrir que solo el amor, que en definitiva es Dios, le da sentido a la vida, porque limpia nuestra mirada para que nos demos cuenta que estamos en sus manos, y que las cosas pasan para algo, aunque de momento no lo entendamos. Así el amor nos ayuda a reconciliarnos con nuestro pasado, a aceptar nuestro presente y a tener la valentía de hacer que todo mejore.
Jesús nos ayuda a descubrir que el amor es el verdadero poder que saca adelante la vida, el matrimonio, la familia y la sociedad. Que el amor es la clave para construir un mundo en el que todos podamos vivir con dignidad, realizarnos, progresar y alcanzar la eternidad. Que el amor nos hace partícipes de la misión de Jesús.
¡Sí! ¡Desde nuestro bautismo somos profetas! Tenemos la misión de mostrar a todos el camino que lleva a Dios, en quien el futuro es posible. Que nada nos distraiga[4]. Unidos a Dios a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y del prójimo, fijemos la mirada en la meta y sigamos a Jesús, aprendiendo a amar como él, que, como dice el Papa, no solo habla, sino que actúa[5].
San Agustín comenta que los demonios reconocieron que Jesús era Dios, pero sus obras eran malas. Por eso Jesús les ordenó callar. Tenían conocimiento, pero no tenían amor[6]. Que no nos falte amor. No le cerremos nunca el corazón a Dios[7], a la familia y a los que nos rodean, especialmente a los más necesitados. Como Jesús, ayudemos a todos a encontrar la salida, haciendo con ellos todo el bien que podamos y llevándolos a Dios, que hace la vida por siempre feliz.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Aclamación: Mt 4, 16.
[2] Cf. 1ª Lectura: Dt 18, 15-20.
[3] Cf. Gesù di Nazaret, Ed. Rizzoli, Italia, 2007, pp. 22-24.
[4] Cf. 2ª Lectura: 1 Cor 7, 32-35.
[5] Cf. Ángelus, 28 de enero 2018.
[6] Cf. La ciudad de Dios, IX, 20-21.
[7] Cf. Sal 94.