Mis ovejas escuchan mi voz (cf. Jn 10, 27-30)
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“Todo el miedo que hay en el mundo –decía Benedicto XVI cuando era un joven teólogo–, es en definitiva, miedo a la soledad”. Si a media noche tenemos que caminar por un barrio oscuro, desconocido y peligroso, el temor aumenta si vamos solos. Darnos cuenta de que, por mucho que la familia, la pareja y los amigos nos quieran, nadie puede conocernos totalmente, nos hace sentir una soledad que da miedo. Saber que todo en este mundo se termina, y que un día tendremos que partir, sin que nuestros seres queridos puedan acompañarnos, nos atemoriza.
Pero hoy Jesús nos libera del miedo a la soledad haciéndonos ver que él nos conoce perfectamente y que nos ama como somos. ¡Y cómo no va a querernos, si él nos hizo! ¡Somos suyos! Por eso, al ver que al desconfiar de su amor perdimos el camino, se hizo uno de nosotros para, amando hasta dar la vida, rescatarnos del pecado y llevarnos a él, en quien somos felices por siempre.
Jesús te conoce perfectamente y te quiere como eres, con tus virtudes y tus defectos. Sabe lo que te alegra y lo que te entristece, lo que te preocupa y lo que sueñas. Está siempre atento de ti. Te busca, viene a tu encuentro, te escucha, te habla y te echa la mano para que puedas alcanzar, como dice el Papa: “una vida plena, sin fin”.
Por eso san Agustín aconseja: “Escucha la voz de la Palabra”. Escucha a Jesús en su Palabra, en la Eucaristía, en la Liturgia, en la oración y en las personas, y síguelo por el camino del amor, a pesar de que te topes con dificultades, como les pasó a Pablo y a Bernabé, que siguieron adelante, abriéndose a nuevas posibilidades para amar y hacer el bien.
¡Necesitamos mucha gente así! Por eso, en esta Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, pedimos a Dios que nos envíe laicos, consagrados, diáconos y sacerdotes que tengan presente que, como explica el Papa, “vocación” es realizar el sueño de Dios, caminando juntos y participando de la misión de Cristo de unir a la humanidad y llevarla a él.
A lo mejor piensas que es mucho para ti. No olvides que la mirada de Dios transforma; en la joven virgen María, vio a quien sería su Madre; en el pescador Simón, vio al que sería Pedro; en el perseguidor Saulo, vio al que sería el gran apóstol Pablo. Su mirada nos lleva más allá de nosotros mismos, y, como dice el Papa, nos hace formar constelaciones que orienten a la humanidad, empezando por nuestros ambientes.
Con esta confianza, escuchemos a Jesús, que nos conoce y nos ama, y sigámoslo, pidiéndole la luz del Espíritu Santo para que, como dice el Papa: “cada una y cada uno de nosotros pueda encontrar su propio lugar y dar lo mejor de sí mismo en este gran designio divino”.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros