La paz esté con ustedes (cf. Lc 24, 35 48)
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En el siglo XIII fue construida en Nüremberg, Alemania, una iglesia dedicada a San Sebaldo, ampliada y embellecida a lo largo de los siglos.
Pero en la Segunda Guerra Mundial quedó reducida a escombros, como describe un autor: “20 de abril de 1945… Nüremberg caída… San Sebaldo… una casa de Dios convertida en sepulcro… pisada la cultura de siglos”[1].
Algunos pensaron que nada se podía hacer; que lo mejor era demolerla por completo. Pero otros, valorando lo que era, a pesar de la destrucción, no se desanimaron; reunieron poco a poco, con paciencia, esfuerzo y constancia, las piedras que habían quedado esparcidas y comenzaron a reconstruirla. Y hoy San Sebaldo luce de nuevo en todo su esplendor.
A veces, las penas, las enfermedades, las desilusiones, los problemas, los fracasos, la muerte de un ser querido, nos golpean tanto, que hacen que algo se desplome en nosotros mismos, en nuestro matrimonio, en nuestra familia, en nuestra Iglesia, en nuestros ambientes y en nuestra sociedad. Entonces quizá lleguemos a pensar que ya nada se puede hacer; que hay que resignarse y demoler lo que queda.
Pero Dios no piensa así. A pesar de que con nuestro pecado demolimos su creación y nos derrumbamos, hizo todo para reconstruirnos; envió a su Hijo para que nos rescatara con el único poder capaz de hacerlo: el amor. Y aunque a veces, en medio de tantas cosas demolidas en la vida, nos encerremos en nosotros mismos aprisionados por la duda y el temor, él no deja de ayudarnos: viene a nosotros resucitado, mostrando las “credenciales” de sus heridas, que son la prueba de que su amor, que hace triunfar el bien y la vida.
Así nos da la paz; esa paz que, como explica san Cirilo, es Dios[2]. Porque resucitando, Jesús, que es Dios hecho uno de nosotros, demostró, como señala el Papa: “ser más poderoso que el pecado y que la muerte”[3] ¡Así nos hace vivir tranquilos[4]! Él no es una ilusión. Reconozcámoslo, arrepintámonos de nuestros pecados y sigámoslo por el camino del amor[5]. Y si volvemos a caer, no desesperemos; él siempre está dispuesto a reconstruirnos de nuevo[6].
Aprendamos de Jesús, y con la ayuda de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y de las personas, echémosle ganas, con paciencia, esfuerzo y constancia, para reconstruirnos a nosotros mismos, para reconstruir nuestro matrimonio, nuestra familia, nuestra Iglesia, nuestra sociedad y nuestro mundo, con la única fuerza capaz de hacerlo: el amor.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] ANÓNIMO, San Sebaldo, un monumento a la paz, poema al pie de las fotografías en las columnas de este templo.
[2] En Catena Aurea, 11436.
[3] Regina coeli, 15 de abril 2018.
[4] Cf. Sal 4.
[5] Cf. 1ª. Lectura: Hch 3, 13-15. 17-19.
[6] Cf. 2ª. Lectura: 1 Jn 2, 1-5.