Verán venir al Hijo del hombre (cf. Mc 13, 24-32)
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Una señora platicaba con una amiga: “¡Ya no sé que hacer con mi hijo! Es muy atarantado. Vas a ver”. Lo llamó y le dijo: “¡Rápido!, vete a casa a ver si estoy”. Y el muchacho salió corriendo. “El mío es peor”, dijo la otra. Lo llamó y le dijo: “¡Pronto!, toma dos pesos y ve a comprarme un coche”. Y el chico salió a toda prisa. Pero por el camino ambos muchachos se encontraron, y uno le dijo al otro: “Fíjate que mi mamá es bien atarantada; me mandó a casa a ver si estaba ¡Y no me dio las llaves!”. “La mía es peor –comentó el otro–; me dio dos pesos para comprar un coche ¡Y no me dijo cuál!”
Con respeto, a veces nos parecemos a esos jóvenes atarantados; nos quedamos en lo inmediato. Oímos sin escuchar y actuamos sin reflexionar para comprender lo que sucede. Por eso nos dejamos llevar por nuestros impulsos, por lo que pasa en el momento, por ideologías y por modas. Y cuando nos topamos con una pena o con un problema, nos quedamos atorados.
Pero Jesús nos ayuda a liberarnos de ese atarantamiento haciéndonos ver la realidad completa. Solo necesitamos dejarnos encontrar por él y escucharlo para distinguir las cosas y saber qué debemos hacer. Él viene con gran poder a nuestro encuentro a través de su Palabra, de Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y de las personas. ¡Encontrémonos con él y escuchémoslo!
Así descubriremos que, después de todas las angustias y complicaciones que hay en esta vida, Jesús volverá con gran poder para reunirnos y unirnos a Dios, en quien seremos felices por siempre. Por eso, como explica san Teofilacto, su retorno será para los buenos como el verano después del invierno[1].
Discerniendo, es decir, distinguiendo, nos damos cuenta que las cosas terrenas, por brillantes y estables que sean, se terminan, y que solo Jesús, que como dice san Beda, es la claridad verdadera[2], permanece siempre a nuestro lado ofreciéndonos un futuro. ¡Su luz, que es incomparable, nunca se acabará! Por eso, a santa Juliana de Norwich, que le tocó vivir en una época muy difícil, el Señor le dijo: “todo acabará bien” [3].
De esta manera, Jesús nos hace ver lo que debemos hacer: vivir bien el presente, como explica el Papa, preparados siempre para el encuentro definitivo con él[4]. ¿Cómo hacerlo? Dándolo todo, como hizo Jesús; encarnándose y entregando su vida por amor, cambió la vida de todos[5]. ¡Eso es lo que debemos hacer!
Hay que darlo todo para que nuestra vida, nuestro matrimonio, nuestra familia y nuestro mundo salgan adelante. Así seremos con Jesús una luz para los que nos rodean. Una luz capaz de encontrar a los demás, de escucharlos, de iluminarlos para ayudarlos a distinguir las cosas y de darles la mano. Una luz que, cuando llegue el momento, resplandecerá por toda la eternidad[6].
¡Echémosle ganas! Que no nos desanimen nuestras limitaciones, nuestras debilidades, nuestros errores, ni las dificultades. No nos dejemos atarantar por nada. Encontrémonos con Dios, con nosotros mismos y con los demás. Escuchemos y discernamos. Así podremos mirar la meta, descubriendo que no estamos solos; que caminamos juntos como Iglesia y como sociedad; que nuestra vida está en manos de Dios[7]. Y esas son las mejores manos.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] En Catena Aurea, 7328.
[2] Cf. In Marcum, 4, 42.
[3] Libro de revelaciones, cap. 27.
[4] Cf. Ángelus, 18 nov 2018.
[5] Cf. 2ª Lectura: Hb 10, 11-14.18.
[6] Cf. 1ª Lectura: Dn 12, 1-3
[7] Cf. Sal 15.