Amarás al Señor tu Dios y a tu prójimo como a ti mismo (cf. Mc 12, 28-34)
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A sus 25 años, Camilo de Lelis era un desastre. Solo pensaba en el momento presente, sin un proyecto claro. Por eso se descarrilaba; si le salía la oportunidad de una fiesta, una aventura o una apuesta a las cartas, la tomaba, sin pensar en las consecuencias. Pero esa irresponsabilidad le llevó a que lo corrieran del trabajo y a perderlo todo, hasta la camisa. Así tocó fondo, viéndose obligado a pedir limosna.
Estaba mendigando en la puerta de una iglesia, cuando le ofrecieron trabajo en la construcción del convento de los Capuchinos. Y un día que fue por un encargo a San Giovanni Rotondo, el P. Ángel, superior de la comunidad, lo encontró, lo escuchó y le ayudó a discernir, es decir, a darse cuenta que la vida tiene una meta y un camino.
A través de aquel fraile, Camilo tuvo un encuentro con Dios, que le cambió la vida. ¡Cuánto bien podemos hacer a los demás y a nosotros mismos si sabemos encontrar y escuchar a la familia y a los que nos rodean! A partir de su encuentro con Dios a través del P. Ángel, Camilo, como el escriba del Evangelio, se acercó a Jesús para saber qué es lo realmente importante, lo que puede hacernos felices por siempre.
Hoy también nosotros podemos encontrarnos con Jesús, a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y de las personas. Él nos escucha y responde a nuestras inquietudes invitándonos a escuchar lo que dice la Palabra de Dios: que lo más importante es amar; amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a uno mismo.
“Dios, que es amor –explica el Papa–, nos ha creado por amor y para que podamos amar”[1]. “El amor a Dios y al prójimo son las dos caras de una misma medalla”[2]. Porque como dice san Teofilacto, el que ama a Dios ama sus obras, y el que ama al prójimo ama a su autor[3].
Amar a Dios es dejarnos encontrar por él y abrirle el corazón para que pueda llenarnos de su amor. Es confiar en que él, que todo lo sabe y todo lo puede, es bueno y quiere lo mejor para nosotros. Es escucharlo y hacer lo que nos pide, sabiendo que así alcanzaremos la felicidad eterna para la que nos ha creado y salvado[4]. Es amar al prójimo como a uno mismo, tratando a los demás como nos gustaría que nos trataran a nosotros.
Así lo entendió san Camilo. Por eso, por amor a Dios y al prójimo, guiado por Jesús, que intercede siempre por nosotros ante el Padre[5], venció todos los obstáculos hasta fundar, en 1582, la Orden de los Ministros de los Enfermos, precursores de la Cruz Roja, presentes hoy en los 5 continentes en más de 40 países con más de mil miembros. Una obra que, a lo largo de los siglos, le ha echado la mano a muchísimas personas, especialmente en momentos difíciles de pobreza, enfermedad, guerra, epidemia y muerte.
¡Y todo gracias a un hombre que fue capaz de encontrar, escuchar y discernir! Por eso, antes de morir, san Camilo escribió: “Deseo cambiar… las realidades transitorias por las eternas”[6]. Ojalá, como él, fiados en Dios, que es nuestra fuerza[7], nos centremos en lo verdaderamente importante, en casa, en el trabajo, en la escuela, en la comunidad y en el mundo: el amor; amar a Dios sobre todas las cosas, y amar al prójimo como a uno mismo.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Ángelus, Domingo 4 de noviembre 2018.
[2] Ángelus, Domingo 26 de octubre de 2014.
[3] Cf. en Catena Aurea, 7228.
[4] Cf. 1ª Lectura: Dt 6, 2-6.
[5] Cf. 2ª Lectura: Hb 7, 23-28.
[6] Testamento espiritual, 12 de julio 1614, camilos.es.
[7] Cf. Sal 17.