¿Qué quieres que haga por ti? (cf. Mc 10, 46-52)
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El obispo Egan estaba en una parroquia del Bronx ordenando a cinco diáconos de la Congregación fundada por la Madre Teresa de Calcuta, cuando de pronto un hombre ensangrentado entró gritando y pidiendo ayuda. Madre Teresa y algunos se levantaron inmediatamente y lo llevaron a la sacristía. La celebración continuó y al terminar un joven bien vestido insistió en llevar al Obispo de regreso a casa, a pesar de la distancia.
Al llegar le dijo: “Necesito decirle algo. Yo estaba en la sacristía cuando llevaron al hombre ensangrentado. Lo habían golpeado salvajemente y su lenguaje era terrible. Pero la forma en que la Madre Teresa, dos religiosas, el Párroco y dos laicos lo atendieron fue maravillosa. Nunca había visto algo parecido… ¡era todo lo que Jesucristo ha enseñado!”. Y después de una pausa, continuó: “Estoy ganando mucho dinero en la Bolsa de Valores. Pero necesito formar parte de lo que presencié en esa sacristía. El dinero no basta. Necesito algo más”[1].
Aquella tarde, ese joven experimentó que, como a Bartimeo, Jesús lo había llamado a encontrarlo a través del testimonio de la Madre Teresa, dos religiosas, un Párroco y dos laicos. Y como al ciego, le estaba preguntando: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Bartimeo respondió: “Maestro, que pueda ver”. “Nada podía desear más el ciego que la vista –explica san Beda– porque tuviera lo que tuviera, no podía verlo”[2].
Lo mismo deseaba aquel joven: ver. Se dio cuenta que su vida estaba estancada. Que el dinero no lo llenaba. Que necesitaba algo más. Por eso buscó hablar con Monseñor Egan, que lo escuchó durante un largo rato. Así comenzó un proceso en el que, iluminado por la fe, como Bartimeo, pudo ver lo que debía hacer: seguir a Jesús.
Ingresó al seminario y fue ordenado sacerdote. Pero un año después enfermó y murió de leucemia. Le dejó al Obispo una reliquia de la santa cruz, que los seminaristas colocaron en su cruz pectoral. “Esta cruz –comentaba Monseñor Egan–… Me recuerda al joven que hace unos años, con la gracia de Dios, eligió una vida de santidad y compasión. Pero aún más, me recuerda a otro joven que, hace… 2000 años, hizo posible esa elección con su vida, muerte y resurrección” [3].
Hoy nos encontramos con ese joven, Jesús, a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y de las personas. Él viene a congregarnos, consolarnos y guiarnos[4]. ¡Hace tanto por nosotros[5]! Porque encarnándose y amando hasta dar la vida, interviene en favor nuestro ante Dios[6], liberándonos del pecado y haciendo resplandecer la vida[7].
Aunque quizá por no ver más allá de lo inmediato estemos fuera del camino, estancados en nuestra vida personal, matrimonial, familiar y social, sobreviviendo de pequeñas cosas que no llenan, como a Bartimeo, Jesús nos pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?”. ¡Nos escucha! Digámosle con fe: “Que pueda ver”. Porque solo así podremos mirarlo todo con claridad y seguirlo por el camino, hasta la meta: la unión definitiva con Dios.
¡Eso es hacer sínodo!, como explica el Papa: es caminar juntos en la misma dirección, hacia Dios, guiados por Jesús, sabiendo encontrar, escuchar y discernir[8]. Así lo queremos hacer al aperturar la fase diocesana del Sínodo convocado por el Santo Padre, y que providencialmente coincide con el Año del Encuentro, que como Diócesis estamos viviendo.
Encontrémonos con Dios y escuchémoslo. Encontrémonos con nosotros mismos y escuchemos lo que sentimos, lo que nos pasa, lo que hemos vivido y lo que soñamos; aceptémonos y démonos la oportunidad de mejorar. Encontrémonos con los demás y escuchémoslos, superando egoísmos, desconfianzas, prejuicios, rechazos, envidias y resentimientos.
Escuchemos a la esposa, al esposo, a los papás, a los hijos, a los hermanos, a la suegra, a la nuera, a las cuñadas, a los abuelos, a los vecinos, a los amigos, a la novia, al novio, a su familia, a los compañeros, a la comunidad, a los más necesitados. ¡Escuchemos lo que les pasa y lo que quieren que hagamos por ellos!
Entonces podremos discernir, es decir, distinguir. Veremos lo mucho que valemos, a pesar de nuestras limitaciones y caídas. Veremos la grandeza del matrimonio y de la familia, a pesar de los pleitos y de las crisis. Veremos la maravilla de vivir en sociedad, a pesar de los problemas. Veremos la vitalidad de Iglesia, a pesar de los errores humanos.
Encontrando, escuchando y discerniendo con fe, descubrimos que en la vida no vamos solos; que debemos echarnos la mano unos a otros para que juntos, iluminados por el Espíritu Santo, salgamos adelante, siguiendo a Jesús, el único que puede llevarnos a Dios, en quien seremos felices por siempre.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] EGAN Edward Michael, Homilía en la Misa de toma de posesión como Arzobispo de Nueva York, 18 de Junio de 2000, archive.nytimes.
[2] Catena Aurea, 7046.
[3] EGAN Edward Michael, Homilía… Op. Cit..
[4] Cf. 1ª Lectura: Jr 31, 7-9.
[5] Cf. Sal 125.
[6] Cf. 2ª Lectura: Hb 5, 1-6.
[7] Cf. Aclamación: 2 Tim 1,10.
[8] Cf. Homilía en la Apertura del Sínodo sobre la sinodalidad, 10 de octubre 2021.