El hijo del hombre ha venido a servir (cf. Mc 10, 35-45)
…
¡Te gané! ¿Cuántas veces pensamos o decimos algo así? Porque, siendo honestos, nos gusta tener la última palabra, brincarnos las trancas, dominar y lograr que se haga lo que nosotros queremos. Esa tentación nos acecha a todos ¡Hasta a los apóstoles!
Así le pasó a Juan y a Santiago, que, como explica Crisóstomo, le pidieron a Jesús tener supremacía sobre los demás[1].
¿Pero porqué buscamos imponernos? Porque parece la única manera de salir adelante. Sin embargo, en realidad, con eso provocamos injusticias y conflictos que lastiman a los que nos rodean, y que tarde o temprano se nos revierten. ¿A caso no muchos pleitos en casa y en la sociedad son luchas de poder? ¿Qué son los berrinches, los chismes, las trampas y la violencia, sino intentos de someter a la familia y a los otros?
Pero Jesús nos hace ver que puede ser diferente; que el auténtico éxito lo alcanza el que ama y contribuye a construir un hogar y un mundo en el que él y los demás puedan vivir en paz. ¡Jesús mismo lo ha hecho! Enviado por el Padre, nos liberó del pecado y mejoró nuestra existencia haciéndonos partícipes de la vida por siempre feliz de Dios[2]. Así nos demuestra que solo el amor, que es servicial, puede ofrecernos una vida digna y un futuro.
Abramos los ojos. No dejemos que la infección del poder nos hinche de tal manera que, como dice san Agustín, parezcamos grandes, cuando en realidad estamos enfermos[3]. Escuchemos a Jesús, que, como dice el Papa: “Nos invita a pasar del afán del poder al gozo de servir”[4].
Así nos liberaremos de la ansiedad de luchar para someter a los que nos rodean, y alcanzaremos la tranquilidad de ser felices haciéndolos felices. Para eso, acerquémonos al Señor[5], a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía y de la oración, y pidámosle su ayuda[6]. Él nos dará la fuerza de su amor para que, amando y sirviendo, alcancemos la verdadera grandeza que nunca acabará.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros