Verdaderamente éste era Hijo de Dios (cf. Mt 26, 14-27, 66)
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“Jesús –dice san Teofilacto–, muere en una cruz y con los brazos abiertos, para atraer hacía sí facilitándonos la subida al cielo”[1]. ¡A eso vino! A unirnos a él y entre nosotros para llevarnos a Dios, en quien somos felices por siempre[2].
Así nos echa la mano. Porque habiendo sido creados por Dios para ser felices con él, lo echamos todo a perder al desconfiar de su amor y pecar, con lo que quedamos divididos con él, con nosotros mismos y con los demás, y el mal y la muerte entraron en el mundo.
Pero el Padre no dejó las cosas así, sino que envió a Jesús, que se hizo uno de nosotros para rescatarnos, unirnos a él, compartirnos su Espíritu y hacernos hijos de Dios, partícipes de su vida plena y eterna. ¿Y cómo lo logró? Con el único poder capaz de arreglarlo todo y hacerlo mejor: el amor.
Por amor Jesús sigue con los brazos abiertos para unirnos y llevarnos a Dios[3]. “Él –como dice el Papa– quiere abrazarte”[4]. Permítele que lo haga a través de su Palabra, de la Eucaristía, de la Liturgia, de la oración y del prójimo. Y como él, abre tus brazos a tu familia y a los que te rodean, para que juntos salgamos adelante.
Aprende de Jesús a confiar en Dios para arreglar las cosas y hacerlas mejor, sin nunca echarte para atrás[5]. Con su ayuda, serás capaz de darlo todo para que en casa, en la escuela, en el trabajo, en la Iglesia y en el mundo, alcancemos la felicidad sin fin de ser uno en él.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] En Catena Aurea, 11333.
[2] Cf. 2ª Lectura: Flp 2, 6-11.
[3] Cf. Sal 21: A mis hermanos contaré tu gloria y en la asamblea alabaré tu nombre.
[4] Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo, 20 de noviembre de 2022, XXXVII Jornada mundial de la juventud.
[5] Cf. 1ª Lectura: Is 50, 4-7.