Jesús subió al cielo (cf. Mc 16, 15-20)
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¡Qué maravilla saber que al final todo acabará bien! Tener la certeza de que, después de todas las penas, de todos los problemas y de todas nuestras luchas, llegaremos a la casa del Padre, donde seremos felices por siempre con él. Esta es la esperanza que nos regala Jesús al subir al cielo. Por eso san Juan Crisóstomo dice: “Tú serás igualmente llevado al cielo”[1].
Precisamente para eso Jesús bajó a la tierra, se hizo uno de nosotros y pasó haciendo el bien, amando hasta dar la vida. Así, con el poder del amor, nos liberó del pecado que cometimos, nos compartió su Espíritu y nos hizo hijos de Dios, partícipes de su vida eternamente dichosa.
¡Esa es la meta! ¡La cumbre de todo camino! ¡Lo definitivo! Lo demás se pasa, se termina. Por eso, deseoso de que cada día hagamos la elección correcta para que alcancemos el triunfo que nunca acaba, san Pablo pide a Dios que nos haga comprender cuál es la esperanza que nos da su llamamiento[2].
No perder de vista la meta es la única manera de alcanzarla. Por eso hoy fijamos la mirada en Jesús[3], que llegando al cielo nos muestra que Dios está por encima de todo, y que él puede hacer que todo acabe bien[4].
Miremos al cielo, nuestra patria definitiva, y gocemos de él desde ahora, uniéndonos a Dios a través de su Palabra, de la la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y de las personas. Así podremos tener los pies en la tierra, porque miraremos la realidad de manera más completa y profunda, y descubriremos que lo realmente importante es el amor. Un amor que impulsa a cumplir la misión que Jesús nos ha confiado: “Vayan y anuncien el Evangelio”.
¿Y qué es anunciar el Evangelio? Es vivir en el amor de Dios y compartirlo con los demás, invitando a todos a confiar en él y a vivir como nos pide: haciendo el bien en casa, en la escuela, en el trabajo y en nuestros ambientes. Y para eso, como señala el Papa en su Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales que celebramos hoy, hay que comunicar encontrando a las personas donde están y como son[5].
¡Echémosle ganas! ¡Vale la pena! Y cuando nos sintamos desanimados, recordemos aquello que decía san Agustín: “Somos viandantes… ¿…qué es andar? Avanzar siempre… Si te complaces en lo que eres, ya te has detenido… Y si te dices: «Ya basta», estás perdido… avanza siempre; no quieras volver atrás, no quieras desviarte… Más seguro anda el cojo en el camino que el corredor fuera de él” [6].
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Catena Aurea, 11450.
[2] Cf. 2ª Lectura: Ef 1, 17-23.
[3] Cf. 1ª Lectura: Hch 1, 1-11.
[4] Cf. Sal 46.
[5] Cf. Mensaje para la 55 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2021.
[6] Serm. 169, 18.