“Ha hecho cosas grandes en mí el que todo lo puede” (cf. Lc 1,39-56)
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María se encamina presurosa a casa de Zacarías, deseosa de servir a su parienta Isabel. Va de prisa, porque como dice san Ambrosio: “la gracia del Espíritu Santo no admite lentitud” [1]. Efectivamente, aquella joven había recibido la gracia del Amor increado, que la había hecho concebir virginalmente al Hijo de Dios.
Habían pasado unos cuantos días desde aquella experiencia que marcaría para siempre su vida y la historia del universo. Dios, por medio de su ángel, le había anunciado que la había elegido para involucrarse en su plan de salvar a la creación, que, a causa del pecado cometido por la humanidad, había quedado sometida al mal y la muerte.
“Concebirás y darás a luz un hijo –dijo el mensajero divino–, y le pondrás por nombre Jesús… El Espíritu Santo descenderá sobre ti… Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios” [2]. De esta manera, el Creador de todas las cosas le hacía saber que, tomando carne de ella, se haría uno de nosotros para sanar de raíz a la creación entera con el poder del amor; amando hasta padecer, morir y resucitar, para someter al pecado y la muerte, comunicarnos su Espíritu, hacernos hijos suyos, y darnos la oportunidad de resucitar a la vida eterna, como explica san Pablo[3].
María lo creyó. Y confiando en Dios le “entró” al plan divino. “Yo soy la servidora del Señor –dijo–, que se cumpla en mí lo que has dicho”[4]. Entonces, habiendo concebido al Amor encarnado y llena de su Espíritu, corrió a servir a los demás, compartiéndoles esta alegría, que da sentido a la vida y la hace por siempre feliz.
“Dichosa tú, que has creído –le dice Isabel–, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”. A lo que ella, reconociendo que todo se lo debe a Dios, responde: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava”.
Como sucedió a María, el Señor ha puesto sus ojos en nosotros; nos ha elegido y nos ha llamado a “entrarle” en su proyecto de salvación, siendo, como explica san Juan Pablo II, prolongación de Jesús, Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia[5]. Y aunque quizá con algunos temores y dudas, hoy estamos aquí, en el Seminario, deseosos de hacer su voluntad, comenzando esta gran aventura de amor, que es el Curso Introductorio.
“En el llamarnos –comenta el Papa Francisco–, Dios nos dice: “Tú eres importante para mí, te quiero mucho, cuento contigo”… Entender y escuchar esto es el secreto de nuestra alegría”[6].
Sin embargo, debemos tener presente que, como sucedió a la mujer del Apocalipsis 7], en quien la Iglesia reconce a María[8], también el demonio nos perseguirá e intentará arrebatarnos a Cristo. Lo hará de muchas maneras; inquietándonos con dudas, nostalgias y temores. Aconsejándonos que veamos con desconfianza a los formadores y maestros. Haciéndonos ver sólo los defectos de los compañeros. Moviéndonos el “tapete” a través de una amiga o una muchacha de la parroquia.
Pero, ¡ánimo! Así como el demonio no alcanzó a María, porque, como señala el Catecismo de la Iglesia Católica, el Espíritu Santo la preservó del pecado y de la corrupción de la muerte [9], ese mismo Espíritu nos ayudará a salir adelante.
Él es quien, a través de la Iglesia –el Obispo, el presbiterio, el Rector, el Coordinador del Instituto, los formadores, los maestros, los compañeros, la familia, la parroquia, los diáconos, las personas consagradas, los laicos–, nos guiará en esta etapa formativa, en la que, como explica la nueva Ratio, “El don de la vocación presbiteral”, se nos brinda la oportunidad de fortalecer nuestra vida espiritual, de conocernos mejor a nosotros mismos, y de discernir nuestra vocación, de modo que podamos avanzar en nuestro desarrollo personal, teniendo como meta a Jesús, buen Pastor[10].
Para hacerlo, debemos aprender de María varias cosas. Primero, su apertura a Dios, que hizo posible que lo escuchara cuando le habló. Procuremos también estar abiertos a Dios.
Así podremos escucharlo en su Palabra, contenida en la Sagrada Escritura y en la Sagrada Tradición, con la guía del Magisterio [11]. Así podremos escucharlo en la Liturgia, sobre todo en la Eucaristía. Así podremos escucharlo en la Liturgia de las Horas y en la oración. Así podremos escucharlo cuando nos habla a través de los formadores, del Padre espiritual, de los compañeros, de la familia, de los acontecimientos.
Segundo, tengámosle confianza y digámosle: “Hágase en mí según tu palabra”. Él no falla. Nos ama; quiere lo mejor para nosotros, y nos ayuda a alcanzarlo ¡Dios lo puede todo!
Tercero: reconozcamos que lo que somos y tenemos es porque él ha hecho cosas grandes en nosotros. Así no nos ensoberbeceremos, ni caeremos en la tentación de creernos lo mejor y lo único, merecedores de todo, y querer que todos nos sirvan. No olvidemos que el Señor hace a un lado a los de corazón altanero y exalta a los humildes.
Es Dios quien nos permite comenzar esta experiencia del Curso Introductorio en nuestra querida Diócesis de Matamoros, gracias al esfuerzo de los padres del equipo formador, a la generosidad del P. Víctor y el Patronato de esta Casa de Emaús, que amablemente nos han prestado, y a la bondad de muchos bienhechores, que tanto nos han ayudado. Que el Señor les bendiga.
Cuarto: como María, en los momentos difíciles tengamos presente que Dios, acordándose de su misericordia, siempre vendrá en nuestra ayuda, aunque a veces parezca que tarda. Él sabe qué hace, como lo hace y cuando lo hace. Tengamos confianza y paciencia, y no pretendamos darle lecciones.
Quinto: llenos del verdadero gozo del amor, que sólo Dios puede dar, encaminémonos presurosos a encontarnos con los demás para ayudarles, con nuestra oración, nuestras palabras, nuestras obras, y hasta nuestros sufrimientos.
Viviendo así, saldremos adelante. Y cuando llegue el término de esta peregrinación terrena, como María, que fue llevada al palacio real [12], ¡al cielo!, también seremos conducidos a ese encuentro definitivo con Dios, que hará nuestra vida feliz para siempre.
“…en la Asunción de María –comenta Benedicto XVI– contemplamos lo que estamos llamados a alcanzar en el seguimiento de Cristo… la Madre de Dios nos invita a mirar el modo como ella recorrió su camino hacia la meta” [13].
Conscientes de esto, ¡echémosle ganas al Curso Introductorio que hoy iniciamos!, tomados de la mano de Nuestra Madre y de nuestro Patrono san José, confensando, con gratitud y compromiso: “Ha hecho cosas grandes en mí el que todo lo puede”
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] En TOMÁS DE AQUINO, Catena Aurea, 9139.
[2] Lc 1, 31. 35.
[3] Cf. 2ª Lectura: 1 Cor 15,20-27.
[4] Lc 1, 38.
[5] Cf. Pastores dabo vobis, 16.
[6] Encuentro con seminaristas, novicios y novicias, 6 de julio de 2013.
[7] Cf. 1ª Lectura: Ap 11, 19; 12,1-6.10.
[8] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1138.
[9] Ibíd., 2853.
[10] Cf. El don de la vocación presbiteral, 59.
[11] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, Compendio, 12-17.
[12] Cf. Sal 44.
[13] Homilía en la Solemnidad de la Asunción de la Virgen, 15 de agosto de 2009.