México, DF. Compartimos la homilía pronunciada por Mons. Ruy Rendón en la peregrinación que tuvieron las Diócesis de Matamoros, Ciudad Victoria y Tampico a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe.
HOMILÍA
CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
PEREGRINACIÓN A LA BASÍLICA DE GUADALUPE
DIÓCESIS DE
MATAMOROS, CIUDAD VICTORIA, TAMPICO
05 DE AGOSTO DE 2015
Muy apreciables hermanos y hermanas en Cristo Jesús:
Este día 05 de agosto de 2015, como cada año, nos hemos reunido aquí en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe de la Ciudad de México tres diócesis del estado de Tamaulipas: diócesis de Ciudad Victoria, diócesis de Tampico y diócesis de Matamoros. Hemos venido hasta el cerro del Tepeyac cientos de peregrinos, a postrarnos ante los pies de nuestra Madre Santísima, la Reina de México y la Emperatriz de América. Aquí estamos hoy, fieles laicos, consagradas y consagrados, seminaristas, diáconos, sacerdotes y los señores obispos de estas tres diócesis del noreste de México.
Hace poco más de 483 años la Santísima Virgen María vino a nuestra tierra, a nuestra patria naciente. Eran, sin duda, años difíciles para el pueblo mexicano, muchos sufrimientos, penurias, enfermedades, injusticias, malos tratos y muerte. Eran también años en que la semilla del Evangelio empezaba a ser predicada por los misioneros, no sin grandes dificultades. La fe cristiana católica llegaba a estas tierras de América; llegaba para quedarse, llegaba para dar fruto en abundancia.
El acontecimiento guadalupano nos ofrece grandes enseñanzas que instruyen y fortalecen nuestra fe:
En primer lugar contemplamos a María de Guadalupe que se encamina presurosa a las montañas del Tepeyac para acompañar a un pueblo que estaba pasando por una grave situación de aflicción; eran los años de la conquista. Ella se aparece no en el centro de la gran ciudad, sino en la periferia, no a una persona de poder y de prestigio, sino a una persona marginada, a san Juan Diego.
Aquí tenemos una primera gran enseñanza: al igual que María, nosotros también debemos de tener una atención especial por las periferias geográficas y existenciales. Nuestra presencia como hombres y mujeres creyentes, debe notarse no sólo en ambientes cómodos, tranquilos y seguros de nuestras comunidades. Debemos salir, estar en camino, acercándonos a los grupos humanos más vulnerables y a los sectores de la población más alejados, más necesitados del Evangelio de la misericordia.
En segundo lugar contemplamos a María escuchando sus primeras palabras de autopresentación: “Yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive”. Es decir, ella es la Madre de Jesús, es la Madre de Dios. Éste, recordemos, es uno de los cuatro dogmas marianos.
En el texto del evangelio que hemos escuchado María es proclamada por su parienta Isabel como “Madre de mi Señor”, es decir, Madre de mi Dios, refiriéndose a Jesús, el Dios que ha tomado la naturaleza humana en el seno virginal de María.
La segunda enseñanza del acontecimiento guadalupano nos lanza a cada uno de nosotros, miembros de la Iglesia, a construir lazos de fraternidad y de comunión a nuestro alrededor. En efecto, María, madre de Jesús, es también nuestra madre, la madre de todos los mexicanos, lo cual nos hace ser entre nosotros verdaderos hermanos. La solidaridad, el perdón, la reconciliación, el servicio, la paz, la justicia, la honestidad, deben ser, por consiguiente, valores que estemos trabajando permanentemente en orden a construir una sociedad más justa, más fraterna, más unida, donde reine el Señor.
En tercer lugar contemplamos a María portando el bendito fruto de su vientre, Jesús. En efecto, María de Guadalupe vino a reforzar la tarea evangelizadora de la Iglesia. Vino a traernos a su hijo Jesús a nuestra tierra, así lo manifiesta ella en sus palabras y en su imagen estampada que nos ha dejado en el ayate de s. Juan Diego.
Como hizo hace dos mil años María, que llevando en su seno a Jesús, su hijo, fue a visitar a Isabel para compartirle no sólo la ayuda necesaria, sino también ofrecerle a Cristo. Así la Virgen de Guadalupe, en su visita al Tepeyac nos ha traído al Dios por quien se vive.
La tercera enseñanza es muy clara. María nos da a Jesucristo, ella nos invita a que acojamos a su hijo con el corazón, a fin de que Cristo reine y gobierne nuestras vidas, haciéndole caso, poniendo en práctica su palabra, cumpliendo sus enseñanzas. Pero, además, así como la Santísima Virgen nos da a Jesús, así también cada uno de nosotros debemos compartir la experiencia de fe que tenemos en la persona de Jesucristo, llevando el Evangelio a quienes no lo conocen. Ser evangelizadores que compartamos con alegría la verdad del Evangelio es, hoy en día, una tarea, un compromiso y una responsabilidad.
En cuarto lugar contemplamos a María expresando una petición: deseo vivamente que se me construya un templo, es decir, una comunidad en torno a Dios, donde yo pueda mostrar y prodigar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa a todos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen. Un templo pide María y nosotros a lo largo de los últimos siglos hemos construido miles y miles de ermitas, capillas, templos, santuarios y comunidades. Así nos hemos desbordado en amor a la Virgen de Guadalupe; y ella, en verdad, nos ha concedido innumerables favores y milagros por su poderosa intercesión.
Hoy, hermanas y hermanos peregrinos, pongamos en la presencia de la Morenita del Tepeyac, nuestras penas, sufrimientos, preocupaciones, todo aquello que nos inquieta y nos hace perder muchas veces la paz. Sin duda, traemos no sólo nuestras intenciones personales, sino también las intenciones de nuestros familiares y amigos. Tantos enfermos, tantas familias que están pasando por situaciones difíciles. Nos aquejan como tamaulipecos: la inseguridad y la violencia en nuestros pueblos, ciudades y carreteras; la crisis económica que produce incertidumbre en la vida de nuestras familias; la falta de fuentes de trabajo que den tranquilidad y seguridad a nuestros hogares; los ataques ideológicos contra la vida humana, el matrimonio y la familia. ¿Qué más nos aflige? Cada uno de nosotros conoce la respuesta. Confiemos en María, ella intercede por nosotros ante su Hijo Jesús, pongamos en sus oídos y en su corazón maternales, las diversas necesidades espirituales, materiales, personales y comunitarias, que tengamos.
Quiero terminar esta reflexión contemplando un quinto aspecto importante que no debemos pasar por alto. Se trata de volver a nuestra casa, a nuestra diócesis, con un verdadero compromiso de amor y conversión. No es posible, después de haber estado con Santa María de Guadalupe en su templo, regresar a casa en pecado, distanciados de nuestro prójimo, guardando resentimientos, apáticos por los sufrimientos de tanta gente, indiferentes ante la evangelización que hoy en día se nos propone llevar a cabo. Regresemos renovados, transformados, felices, comprometidos en la causa de Dios y de su Reino. Amén.
+Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros
Unidos en oración