Ha resucitado (cf. Mc 16, 1-7)
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“Ha resucitado”. Estas dos palabras han cambiado para siempre la historia del universo y nuestra vida. Su luz disipa las tinieblas del miedo y la desconfianza, que paralizan, que no dejan ver y que no permiten avanzar. Porque cuando todo parecía perdido, cuando parecía que el pecado, el mal y la muerte siempre ganan, y que nada se puede hacer, el ángel de Dios bajó del cielo, movió la roca que tapaba el sepulcro y anunció: “ha resucitado”. Y luego, el propio Jesús apareció y dijo: “No tengan miedo”.
¡Él nos sale al encuentro ahora! Lo hace a través de su Palabra, de sus sacramentos, de la oración y del prójimo, y nos repite: “No tengan miedo”. “No tengan miedo”, porque el amor, que es Dios (cf. 1 Jn 4,8), es el auténtico poder capaz de vencer al pecado, al mal y la muerte, y de hacer triunfar para siempre la verdad, el bien, el progreso y la vida ¡Ese es Dios!
El Dios inmensamente grande, que lo creó todo y nos hizo a imagen suya (cf. 1ª Lectura: Gn 1,1.26-31; Sal 103), y que a pesar de que le fallamos, intervino para bendecirnos (cf. 2ª Lectura: Gn 22,1-9.9-13.15-18), tomándonos en sus manos (cf. Sal 15), liberándonos de la esclavitud del pecado (cf. 3ª Lectura: Ex 14,15-15,1) y conduciéndonos a él (cf. Sal: Ex 15).
Nunca deja de amarnos (cf. 4ª Lectura: Is 54, 5-14). Nos salva de la muerte (cf. Sal 29). Para eso envió a Jesús, que ha cumplido su misión (cf. 5ª Lectura: Is 55,1-11); ser Dios encarnado que nos salva (cf. Sal: Is 12). Y para que alcancemos la vida plena y eterna que nos ofrece, nos regala sus mandamientos (cf. 6ª Lectura: Ba 3,9-15.32-4,4), que son perfectos (Sal 18), y nos ayuda para que los sigamos como guía (cf. 7ª Lectura: Ez 36, 16-28; Sal 41 y 42).
Nos quiere tanto, que nos ha unido a él injertándonos a Cristo por medio del bautismo, que nos hace capaces de resucitar con él a una vida nueva (cf. Rm 6, 3-11) ¡De verdad que Dios es bueno! Su misericordia es eterna (cf. Sal 117). Démonos cuenta. Y como san Gregorio de Nacianzo, digamos: “…hoy con él resucito”[1].
Sí, resucitemos desde hoy a una vida plena y eterna; una vida guiada por el amor, que es saber comprender, tener paciencia, actuar con justicia, ayudar, perdonar y pedir perdón. Así, resucitando con Jesús, podremos cambiarle la vida a la familia, a los amigos, a los vecinos, a los compañeros y a toda la gente, especialmente a los que más lo necesitan. Lo podemos hacer, a pesar de nuestros malos momentos.
“La Pascua –dice el Papa– es la fiesta de la remoción de las piedras. Dios quita las piedras más duras, contra las que se estrellan las esperanzas y las expectativas: la muerte, el pecado, el miedo… La historia humana no termina ante una piedra sepulcral… con (Jesús)… podemos cumplir la Pascua, es decir el paso… de la cerrazón a la comunión, de la desolación al consuelo, del miedo a la confianza… dejémonos buscar por Él, busquémoslo… en todo y por encima de todo. Y con Él resurgiremos”[2]. Resurgiremos hasta dar el gran paso; el más feliz, como dice san Agustín: “el paso desde este mundo a la eternidad”[3].
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Oración I Sobre la Pascua, 3-4.
[2] Homilía en la Vigilia Pascual, Sábado Santo 20 de abril de 2019.
[3] De consensu evangelistarum, 3, 25.

