“Amen a sus enemigos” (cfr. Mt 5, 38-48)
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El domingo pasado compartíamos el testimonio de personas que, a pesar de una discapacidad, una pena o un problema, han conquistado grandes triunfos. Y decíamos que la clave de su éxito es que se dieron cuenta que podían más, y estuvieron dispuestos al esfuerzo para lograrlo.
A eso nos invita Jesús: a dar siempre más. Lo hace por nuestro bien. Porque solo dando más tendremos mejores resultados. Por eso, recordándonos quiénes somos, nos dice: “Sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto” ¡Somos hijos de Dios, que es misericordioso[1]! Debemos ser como él, y amarnos a nosotros mismos y a los demás[2]. Lo podemos hacer porque su Espíritu de amor está en nosotros ¡Somos su templo[3]!
Por eso Jesús nos invita a querernos y a no dejarnos destruir por el odio. Él, que fue víctima de chismes, injusticias y violencias, supo ser libre y enfrentarlo todo con identidad, como Hijo de Dios: amando y haciendo el bien. Así fue capaz de salir adelante y transformar todas las cosas, venciendo al pecado, compartiéndonos su Espíritu, uniéndonos a Dios y haciendo triunfar para siempre la verdad, el bien y la vida.
Quizá muchos nos hayan lastimado: la familia, los amigos, los compañeros ¡Tanta gente! Pero como decía san Juan Pablo II, no podemos permanecer prisioneros del pasado[4]. No nos merecemos vivir con la herida abierta y siempre sangrante del rencor. “¿De qué aprovecha –dice san Agustín– el que una vez herido, vuelvas tú a herir?”[5]. Así no se resuelve nada ¡Al contrario! Terminamos encadenados al “me haces, te hago, a ver quién puede más”. Por eso Jesús nos invita a perdonar.
Perdonar no es olvidar o negar lo que sucedió. El perdón, como explica san Juan Pablo II, exige la verdad y la justicia[6]. Por eso, lo que Jesús enseña es a distinguir entre la justicia y la venganza, expresión de odio, y a entender que solo el bien hace que las cosas cambien realmente, como señala el Papa Francisco[7]. Perdonar es aprender de lo que sucedió que sólo el amor construye[8].
Por eso, amemos a todos; a los que nos quieren y queremos, y a los que no queremos y no nos quieren. Es difícil. Pero si nos dejamos ayudar por Jesús a través de su Palabra, de sus sacramentos, de la oración y de los buenos consejos, poco a poco iremos adelante. No lo olvidemos ¡Somos hijos de Dios! ¡Somos grandes! No nos cortemos las alas ¡Podemos dar siempre más!
+Eugenio A. Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Sal 102.
[2] Cf. 1ª Lectura: Lv 19,1-2.17-18.
[3] Cf. 2ª Lectura: 1 Cor 3,16-23.
[4] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1997, 3.
[5] De sermone Domini, 1, 19.
[6] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1997, 5.
[7] Cf. Ángelus, Domingo 19 de febrero de 2017.
[8] Cf. JUAN PABLO II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1997, 3.