Todo está cumplido (cf. Jn 18,1-19,42)
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“Todo está cumplido”, exclamó Jesús. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Así culminaba su misión, superando todos los obstáculos y haciendo hasta el final lo que el Padre quería: rescatarnos del pecado y unirnos a él[1]. Para eso se hizo uno de nosotros y con el poder del amor, amando hasta dar la vida, cargó con nuestras culpas[2], nos liberó de ellas y nos compartió su Espíritu que nos hace hijos de Dios, partícipes de su vida por siempre feliz.
No se dejó detener por nada, a pesar de que enfrentó lo peor; despojado de todo en la cruz, vivió la más terrible crisis económica. Su salud quedó destrozada por los golpes, los azotes, la corona de espinas y los clavos. Su ánimo se sumió en tristeza y angustia ante la traición y el abandono de sus amigos, la ingratitud y el rechazo del pueblo, los chismes, las burlas, los prejuicios de los sumos sacerdotes y de los fariseos, y la condena injusta de la autoridad que debía haber hecho justicia.
Pero salió adelante, hasta llegar a la meta. Y así transformó la historia en historia de salvación. ¿Cómo pudo hacerlo? Confiando en Dios, amando y haciendo el bien. Incluso en los peores momentos, considerando que estaba convirtiéndonos en hermanos suyos al entregarnos su Espíritu y hacernos hijos de Dios, quiso compartirnos a su Madre y hacerla Madre nuestra. Y todavía, al morir, hizo salir sangre y agua de su costado para, como explica san Juan Crisóstomo, alimentarnos con los sacramentos[3].
¡Ese es nuestro Dios! ¡Lo da todo por nosotros! Nos ama infinita e incondicionalmente. Por eso podemos acercarnos a él, que siempre está con nosotros, presente en su Palabra, en sus sacramentos, en la oración y en el prójimo. Y podemos hacerlo con la confianza de que él se compadece, porque ha pasado por las mismas pruebas que nosotros, excepto el pecado[4]. Comprende lo que sentimos en la enfermedad, las penas, los problemas y la pandemia que ahora padecemos. Nos comprende, nos echa la mano y nos da ejemplo para que, como él, salgamos adelante.
Jesús nos demuestra que la clave es confiar en Dios, amar y hacer el bien, aunque las cosas en casa y en el mundo sean difíciles. Y confiar en Dios, amar y hacer el bien significa, como Jesús, hacernos cargo de la familia y de los demás, especialmente de los más necesitados. Hacernos cargo de ellos a pesar de sus defectos, de sus errores, de sus enfermedades. Hacernos cargo de sus necesidades y aspiraciones, y ayudarles, con nuestras palabras, nuestras obras, nuestras oraciones y hasta nuestros sufrimientos, a tener una vida digna, a realizarse, a encontrar a Dios y ser felices.
“…la cruz –dice el Papa– es la cátedra de Dios… nos dice que Dios puede convertir todo en bien. Que con Él podemos confiar verdaderamente en que todo saldrá bien[5]”. Todo saldrá bien. Porque después de la cruz llega la resurrección. Por eso, frente a todas las pruebas e incertidumbres de la vida, confiemos en Dios, seamos fuertes y valientes[6], y hagamos lo que él nos pide: amar y hacer el bien.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Aclamación: Flp 2, 8-9.
[2] Cf. 1ª Lectura: Is 52,13-53,12.
[3] Cf. Catequesis 3, 13-19.
[4] Cf. 2ª Lectura: Hb 4,14-16; 5, 7-9.
[5] Audiencia, Miércoles Santo, 8 de abril de 2020.
[6] Cf. Sal 30.