He venido a dar plenitud a la Ley y los profetas (cf. Mt 5, 17-37)
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A la mayoría nos sorprenden y animan las historias de superación ¿Verdad? Motiva ver gente que va más allá de una discapacidad, de una situación de pobreza, de marginación y de adversidad, y alcanza grandes logros.
Como el mexicano Matías Alanís Álvarez, que nació con parálisis cerebral atetoide que le impide controlar sus movimientos, le dificulta el habla y le ha provocado una severa miopía. Pero anhelaba estudiar. Y lo logró; con mucho esfuerzo y el apoyo de su mamá se graduó con mención honorífica en la Universidad Nacional Autónoma de México, de la que ahora es profesor[1].
Otro ejemplo es la rusa Jessica Long, abandonada en un orfanato de Siberia y adoptada por un matrimonio católico de Baltimore, Estados Unidos, y que nació sin estructura ósea en sus piernas, por lo que le fueron amputadas desde pequeña. Pero soñaba con participar en las olimpiadas. Y lo logró; con el apoyo de sus padres adoptivos se convirtió en 2004 en la atleta paralímpica más joven de los Estados Unidos. Ella misma se define así: “soy cristiana y atleta paralímpica doce veces medallista de oro. Amo la vida”[2].
¿Cuál es la clave del éxito de estas personas? Que se dieron cuenta que podían más, y estuvieron dispuestos al esfuerzo para lograrlo. Eso es lo que Jesús quiere que entendamos. Él nos hace ver que Dios nos ama y nos ha creado para lo grande. Por eso nos echa la mano compartiéndonos su sabiduría, que nos conduce a un éxito que jamás acabará[3]. Solo necesitamos dejarnos guiar por sus mandamientos. Porque lo que cada uno escoja le será dado[4] ¡Hay que escoger lo mejor!
Por eso, como un buen entrenador, Jesús nos dice: “Tú puedes más”. Lo dice porque sabe que solo dando más tendremos cada vez mejores resultados. Él, que lo ha hecho encarnándose y dando la vida para liberarnos del pecado, darnos su Espíritu y hacernos hijos de Dios, nos anima a ir más allá del “no matarás”, “no cometerás adulterio”, “no jurarás en falso”.
Nos hace ver que todo comienza con la intención. Por eso, como explica san Agustín, el deseo de hacer daño al prójimo es una forma de homicidio[5]. Se mata, dice el Papa: “por esos comportamientos que ofenden la dignidad de la persona… incluso los insultos”[6]. Y aunque ya no podemos cambiar el daño que hicimos, si podemos “revivir” a quienes herimos, reconciliándonos con ellos.
Somos hijos de Dios. Estamos llamados a lo grande. Por eso Jesús nos pide ser limpios, transparentes y veraces. Nos pide quitar lo que nos degrada y nos lleva a usar a otros: las segundas intenciones, los malos deseos. Nos pide no permitirnos nada que pueda dañar a la familia y a los demás, especialmente a los más vulnerables y necesitados.
Dejémonos ayudar por él, a través de su Palabra, de sus sacramentos, de la oración y de los buenos consejos. Así comprenderemos lo que nos ofrece su ley de amor[7]: realizarnos, construir un hogar y un mundo mejor, y alcanzar el éxito de una vida por siempre feliz con él. No nos conformemos con menos ¡A dar siempre más!
+Eugenio A. Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. fundacionunam.org.mx.
[2] Cf. ecured.cu.
[3] Cf. 2ª Lectura: 1 Co 2,6-10.
[4] Cf. 1ª Lectura: Ecclo 15, 16-21.
[5] Cf. Contra Fausto, 19,7.
[6] Ángelus, 12 de febrero de 2017.
[7] Cf. Sal 118.