Padre, no se haga como yo quiero, sino como quieres tú
(cf. Mt 26, 14-27, 66)
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“Padre… no se haga como yo quiero, sino como quieres tú”. Así oró Jesús. En los momentos más difíciles, sintiendo tristeza y angustia ante lo que venía y a pesar de que deseaba que las cosas fueran diferentes, pidió que se hiciera lo que él siempre había hecho: la voluntad de Dios. ¿Porqué? Porque sabía que el Padre es perfecto y bueno, y confió en él.
Sí, el Padre, creador de todo, es perfecto y bueno. Por eso, a pesar de que desconfiamos de él, decidió salvarnos. Y Jesús le entró a su plan de rescate[1]; se despojó de su condición divina y se hizo uno de nosotros para, con el poder del amor, amando hasta morir en la cruz, liberarnos del pecado, compartirnos su Espíritu, unirnos a sí mismo y hacernos hijos de Dios, partícipes de su vida plena y eterna[2].
No pensó que merecíamos lo que nos provocamos al pecar, con lo que abrimos las puertas del mundo al mal y la muerte, sino que se entregó para rescatarnos. No se detuvo ante la traición de Judas, la negación de Pedro, el abandono de sus discípulos, el mal ejemplo de los sumos sacerdotes y de los fariseos, la ingratitud de la multitud, y la pésima gestión de Pilato, que en lugar de cumplir su deber, dejó que se cometiera una injusticia.
Mirando hacia adelante, Jesús no se enganchó con nada ¡Hasta aprovechó la adversidad para “impulsarse” y cumplir su misión! “Padre mío –rogó–, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero que no se haga como yo quiero, sino como quieres tú”. “Esta expresión de la cabeza –dice san León Magno–, es la salvación de todo el cuerpo”[3]. ¡Es nuestra salvación!
Comenta san Agustín: “¡qué ejemplo tan sublime de obediencia para nosotros, arruinados por un acto de desobediencia, ver a Dios Hijo obedecer a Dios Padre hasta la muerte de cruz!”[4]. Así Jesús nos enseña que el sentido y la plenitud de la vida es hacer lo que Dios quiere. “Y todo lo que Él quiere –comenta santo Tomás Moro–, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor” [5].
Pero, ¿qué es lo que Dios quiere? Que amemos. Que lo amemos y nos dejemos amar por Él para que podamos amarnos a nosotros mismos y amar a los demás. Esto es lo que hizo Jesús, demostrándonos que a pesar de las circunstancias, se puede seguir amando a Dios y al prójimo.
Él, a pesar de lo que sufrió, no se enojó con el Padre ni lo negó ¡Al contario! Sabía que estaba ahí, que lo amaba y que estaba sacando un bien de todo lo que estaba padeciendo: la salvación del universo. Por eso, para seguir adelante haciendo lo que le tocaba, amar hasta el extremo, se dejó iluminar por la Palabra de Dios. Así, en esos terribles y oscuros momentos, con un salmo, pudo expresar, junto al dolor y la angustia, confianza y esperanza[6].
¡Cómo necesitamos aprender de Jesús! Sobre todo cuando las cosas no salen como esperábamos, cuando nos sorprende una enfermedad, una pena, un problema, un fracaso, y ahora una pandemia que nos ha cambiado la vida, y que no sabemos cómo ni cuando terminará, ni qué consecuencias tendrá.
Como Jesús, confiemos en Dios. Él está con nosotros. Sabe lo que hace, cómo lo hace y cuándo lo hace. Dejémonos ayudar por él a través de su Palabra, de sus sacramentos, de la oración, de los buenos consejos. Así, lejos de buscar culpables o de engancharnos con lo que los demás nos hacen o con lo que sucede, llenos de esperanza, haremos lo que nos toca para sacar un bien de todo esto, restableciendo, como dice el Papa, el rumbo de la vida hacia Dios y hacia los demás[7].
Unidos a Dios restauremos nuestra vida, nuestro matrimonio, nuestra familia, nuestra Iglesia y nuestra sociedad. Hagámoslo, conscientes de que, como decía san Juan Pablo II; si la cruz de Cristo es la Palabra definitiva del amor de Dios por nosotros, no es la última. La última es: “Ha resucitado”[8]. ¡Al final triunfan para siempre el amor, el bien y la vida! ¡Esa es nuestra esperanza!
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 1ª Lectura: Is 50, 4-7.
[2] Cf. 2ª Lectura: Flp 2, 6-11.
[3] Sermones, 58, 5
[4] La Santísima Trinidad, XIII, XVII, 22
[5] Carta en The English Works of Sit Thomas Moro, Londres 1557, p. 1454.
[6] Cf. Sal 21.
[7] Cf. Homilía en la Plaza de los Mártires (Carpi), V Domingo de Cuaresma, 2 de abril de 2017.
[8] Cf. Dives in misericordia, 7.