¿Eres tú el que ha de venir?(cf. Mt 11, 2-11)
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Todos soñamos con grandezas; ser los mejores en todo y tener lo mejor de lo mejor. Pero resulta que en esta vida todo es limitado y se termina. Cuando nos damos cuenta, sentimos ganas de algo realmente grande, sin límites y sin final. Pues hoy Dios nos dice que lo tendremos, porque él, que nos creó para lo grande, nos ayuda a conseguirlo.
Para eso, a pesar de que la regamos al desconfiar de él y pecar, envió a Jesús, que, hecho uno de nosotros, ha venido a liberarnos del pecado, darnos su Espíritu y hacernos hijos de Dios, partícipes de su vida plena y eterna[1]. Lo único que necesitamos para alcanzar esta grandeza, sin límites y sin final, es reconocerlo.
Pero puede ser que al ver que aunque ya vino seguimos fallando, y que en el mundo sigue habiendo mucho mal, nos preguntemos: “¿De verdad es él quien habría de venir o tenemos que esperar a otro?”. Para ayudarnos, hoy el Bautista, haciéndose nuestro portavoz, se lo manda preguntar. Y Jesús responde con obras. Porque, como señala san Juan Crisóstomo: “El testimonio de las realidades tiene más fuerza que el de las palabras”[2]. El testimonio de Jesús, como dice el Papa: “no son palabras, son hechos”[3].
Él hace que veamos nuestra dignidad y la de los demás; que salgamos adelante guiados por la verdad; que recuperemos la semejanza divina deformada por el pecado, superando el egoísmo, la envidia, el rencor y la búsqueda insaciable de placer, de dinero y de poder; que escuchemos a Dios y a los demás; que resucitemos a la vida por siempre feliz del amor.
Sin embargo, esta maravillosa transformación que Jesús ha iniciado está en proceso. Es como el grano sembrado en la tierra; necesita tiempo y cuidados para crecer y dar fruto. Por eso Santiago aconseja tener paciencia y ánimo[4]. Llegará el momento en que nos unamos definitivamente a Dios; entonces las penas terminarán y todo será dicha eterna[5].
Mientras tanto, no nos dejemos vencer por nuestras caídas, por las desgracias y por las modas. Mantengámonos firmes. Como el Bautista, de quien san Hilario comenta que no era como la caña: vacío en el interior[6]. Dejémonos llenar por Dios a través de su Palabra, de sus sacramentos y de la oración. Así, aún en medio de las penas y problemas, no nos sentiremos defraudados por Jesús, sino que reconoceremos que él es el esperado.
Y viviendo como enseña, no de palabra sino con obras, siendo comprensivos, justos, pacientes, solidarios, serviciales, perdonando y pidiendo perdón, ayudaremos a la familia y a los demás a reconocerlo. Entonces seremos realmente grandes, formando parte de su Reino, que no tiene fin.
+Eugenio A. Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Sal 147.
[2] Homiliae in Matthaeum, hom. 36,2.
[3] Ángelus 11 de diciembre de 2016.
[4] Cf. 2ª. Lectura: St 5,7-10
[5] Cf. 1ª. Lectura: Is 35,1-6.10
[6] Cf. In Matthaeum, 11.

