Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos (cf. Mt 3, 1-12)
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Todos queremos estar en paz ¿Verdad? En paz con nosotros mismos y con los demás. Y eso es lo que Dios quiere para nosotros.
Por eso, a pesar de que le fallamos y pecamos, con lo que abrimos las puertas del mundo al mal y la muerte, él prometió que enviaría a alguien que nos trajera la paz[1].
Y ese alguien es Jesús, que, haciéndose uno de nosotros y amando hasta dar la vida, nos ha defendido del pecado, nos ha dado su Espíritu y nos ha hecho hijos de Dios, partícipes de su vida por siempre feliz[2].
Lo único que necesitamos es recibirlo. Y para ayudarnos, Dios envía al Bautista que, invitándonos a preparar el camino a Jesús, que viene a nosotros para unirnos a Dios y darnos su paz y su vida, nos dice: “Conviértanse”.
No vaya a ser que, por estar bautizados y formar parte de la familia de Dios, pensemos que ya no hace falta más ¡Cuidado! Porque así le ponemos obstáculos a Jesús, corriendo el riesgo de que, al impedirle que venga a salvarnos, terminemos encerrados para siempre en el laberinto sin salida del amor reusado.
Por eso debemos revisar cómo estamos llevando nuestra vida, para no ponerle obstáculos a Jesús ¿Qué obstáculos? Inventarnos nuestra propia verdad, utilizar a los demás, ser indiferentes a sus necesidades y sufrimientos, ser esclavos del dinero, de la moda y de las cosas, ser flojos, envidiosos, corruptos, chismosos, rencorosos y violentos.
Y quizá uno de los obstáculos más grandes sea pensar que, aunque nos portemos mal, al final Dios nos va a salvar, porque es tan bueno que no puede condenar a nadie al infierno. Efectivamente, Dios es bueno. Y porque es bueno, no puede convertir la injusticia en derecho[3]. Por eso dará a cada uno lo que con sus obras haya elegido.
De ahí la importancia del llamado de Juan: “Conviértanse”, es decir “cambien”, “mejoren”. Hay que ser honestos y convertirnos. “El que no se arrepiente de su vida pasada –dice san Agustín–, no puede emprender otra nueva”[4]. Se trata, como dice el Papa, de ir un paso adelante cada día[5].
Para eso dejemos que Dios nos ayude fortaleciéndonos con su Palabra, sus sacramentos y la oración. Así tendremos el auxilio de su amor para vivir en armonía en casa, el barrio, la escuela, el trabajo, la escuela y el mundo[6], siendo comprensivos, justos, pacientes, solidarios, serviciales, perdonando y pidiendo perdón.
¡Por favor! Mejoremos. Seamos honestos, reconozcamos nuestros errores y cambiemos lo que debamos corregir. Quitemos los obstáculos y dejemos que Jesús venga a nuestra vida, a nuestra familia y a nuestra sociedad. Sólo él puede darnos la paz verdadera que dura para siempre.
+Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 1ª. Lectura: Is 11,1-10.
[2] Cf. Sal 72.
[3] Cf. Spe salvi, 44.
[4] Catena Aurea, 3301.
[5] Cf. Ángelus 4 de diciembre de 2016.
[6] Cf. 2ª. Lectura: Rm 15, 4-9.

