Los amó hasta el extremo (cf. Jn 13,1-15)
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Aquellos momentos no eran fáciles para Jesús. Él, que por amor siendo Dios se hizo uno de nosotros y pasó haciendo el bien, estaba a punto de enfrentar toda la fuerza del mal. ¡Hasta uno de sus discípulos lo iba a traicionar! Pero no se enganchó; siguió adelante, confiando en Dios y amando como siempre: hasta el extremo.
Hoy también nosotros vivimos momentos muy difíciles a causa de una pandemia que nos ha cambiado la vida. Otros años, en este tarde, junto a muchos hermanos, llenábamos los templos para participar con emoción y piedad en la Cena del Señor. Pero ahora, la amenaza de contagio nos obliga a permanecer en casa y a seguir esta celebración desde las redes sociales.
Pues precisamente, en estos momentos de dolor, de miedo y de incertidumbre, Jesús viene a nosotros, hasta nuestro hogar, y se pone de rodillas para lavarnos los pies, recordándonos, como explica san Agustín, que con su sangre derramada en la cruz nos ha purificado del pecado y nos ha unido a Dios[1], que hace la vida plena y eterna.
Él hace realidad lo que anunciaba el cordero pascual, cuya sangre significó libertad y vida para el pueblo judío[2]. Lo único que necesitamos es aceptar su forma de salvarnos, aunque no la entendamos del todo, y seguirlo por el camino que nos enseña para ser libres y vivir por siempre felices en Dios: amar y servir.
“Les he dado ejemplo –dice Jesús–, para que lo que yo he hecho con ustedes, también lo hagan”. Nos pide algo muy concreto: amarnos los unos a los otros, como él nos ha amado[3] ¡Se trata de ayudar a los demás a liberarse y a alcanzar una vida digna, plena y eterna!
Empecemos en casa; liberemos a la esposa, al esposo, a los hijos, a los papás, a los hermanos, a los abuelos, a la nuera, a la suegra, a las cuñadas, de la soledad, de los malos tratos, de los chismes y de la inferencia, y hagamos que tengan una nueva vida, en la que se sientan comprendidos, queridos, tratados con paciencia, ayudados y perdonados.
Hagámoslo también con los vecinos, con los compañeros de escuela y de trabajo, con la gente que trata con nosotros, y con los que más lo necesitan: los pobres, los enfermos, las víctimas de las violencias, los migrantes, los presos, los que están confundidos, los que sufren una adicción.
Jesús nos ha cambiado la vida. Unidos a él, cambiémosle la vida a los demás. Que nada nos detenga, ni las penas, ni los problemas, ni el coronavirus. Dejemos que Jesús nos fortalezca con el alimento “multivitamínico de eternidad” que nos regaló en la última cena: el sacramento de su cuerpo y de su sangre[4].
Con la fuerza de este sacramento de amor, somos capaces de amar. Y aunque por las circunstancias no podamos comulgar sacramentalmente, sí podemos hacerlo espiritualmente, invocándolo y comprometiéndonos a vivir como él nos enseña[5].
“Es cierto que en la vida hay problemas –reconoce el Papa–: discutimos entre nosotros… pero esto debe ser algo que pase, algo pasajero” [6]. También esta pandemia, que hoy nos preocupa, va a pasar. Pero, como dice el Santo Padre: “El drama que estamos atravesando nos obliga a tomar en serio lo que cuenta, a no perdernos en cosas insignificantes, a redescubrir que la vida no sirve, si no se sirve” [7].
Jesús, a punto de terminar su vida terrena, en esos momentos cruciales en los que se ve lo que realmente vale, nos lo enseñó. Aprendámoslo. Amemos y sirvamos. Porque la vida no sirve, si no se sirve.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Catena Aurea, 13301.
[2] Cf. 1ª Lectura: Ex 12,1-8.11-14.
[3] Cf. Aclamación: Jn 13, 34.
[4] Cf. 2ª Lectura: 1 Cor 11, 23-26.
[5] Cf. Sal 115.
[6] Homilía Jueves Santo, 18 de abril 2019.
[7] Homilía Domingo de Ramos, 5 de abril 2020.

