Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed (cf. Jn 4, 5-42)
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Todos tenemos sed de un amor infinito e incondicional. Sed de sentido y de saber. Sed de una vida plena que nunca termine.
Pero quizá, como la samaritana, hemos buscado calmar esa sed echando el cántaro del egoísmo en el pozo de los placeres, de las cosas y del utilizar a los demás. Y al final, la sed ha regresado, cada vez con mayor intensidad, como dice san Agustín[1].
Sin embargo, Dios, nuestro Padre y creador, nos echa la mano; envía a Jesús para que hecho uno de nosotros y amando hasta dar la vida[2], sea esa roca firme, que jamás se gasta, de la que brota el agua viva de su Espíritu[3], para que bebamos y nunca más tengamos sed.
Por eso, como hizo con la samaritana, Jesús platica con nosotros a través de su Palabra, de sus sacramentos, de la oración, de los buenos consejos, de las personas y de los acontecimientos, para hacernos ver que aquello que tanto buscamos él nos lo ha dado ya en el Bautismo, como recuerda el Papa[4].
Ese día nos liberó del pecado, nos unió a sí mismo, nos dio su Espíritu y nos hizo hijos de Dios, partícipes de su vida por siempre feliz, que consiste en amar ¡Así nos ha convertido en manantial de su amor para la familia y para los que nos rodean!
Sin embargo, a veces lo olvidamos ¿Y qué pasa? Que regresamos a las andadas; queremos calmar la sed en pocitos muy diferentes al manantial de agua viva que Dios nos ofrece, y que consiste en dejarnos querer por él, amar y hacer el bien a los demás.
Pero si hemos caído, no nos resignemos a seguir con sed y a tener que regresar, una y otra vez, al mismo pozo que solo ofrece un agua que apaga la sed por un rato, sin satisfacer de verdad ¡Todo puede cambiar!
Solo hace falta que escuchemos a Jesús[5]; que dejemos el “cántaro” del egoismo, como dice san Agustín[6], y le pidamos que nos dé el agua que nos ofrece, dispuestos a quitar aquello que no nos deja ser llenados por su Espíritu de amor, como es el dejarnos llevar por lo inmediato y creer que todo se vale para conseguirlo.
Reconociendo a Jesús y viviendo como él enseña, nuestra vida será tan plena que nos convertiremos en manantial de amor para la familia, para los amigos, para los vecinos, para los compañeros, para la sociedad y para los más necesitados. Y con nuestra oración, nuestras palabras y nuestras obras, los animaremos a ir a Jesús, el único que puede calmar la sed de una vida plena y eternamente feliz.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. In Ioannem, tract., 15.
[2] Cf. 2ª Lectura: Rm 5,1-2, 5-8.
[3] Cf. 1ª Lectura: Ex 17,3-7.
[4] Cf. Ángelus 19 de marzo 2017.
[5] Cf. Sal 94.
[6] Lib 83 quaest. qu. 64.

