No solo de pan se vive, sino de toda palabra que sale de Dios (cf. Mt 4,1-11)
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Dios, que nos ha creado, nos ama y hace todo por nosotros.
Por eso, cuando vio el desastre que provocamos al desconfiar de él y pecar, con lo que abrimos las puertas del mundo al mal y la muerte[1], envió a su Hijo para salvarnos ¿Y cómo lo hizo Jesús? Confiando en el Padre y haciendo lo que le pedía. Esa es la clave para restaurarlo todo.
Confiando en el Padre y haciendo lo que le pedía, Jesús se hizo uno de nosotros para, amando hasta dar la vida, liberarnos del pecado, unirnos a sí mismo, compartirnos su Espíritu y hacernos hijos de Dios, partícipes de su vida por siempre feliz[2]. Además, nos enseña con su ejemplo a salir adelante. Porque sabe que el demonio no deja de poner obstáculos en nuestro camino, como dice san Beda[3]. Y muchas veces caemos. Por eso nos invita al #CuaresmaChangelle; cuarenta días de intenso ejercicio espiritual para, con su ayuda, fortalecernos, vencer las tentaciones y resucitar con él a una vida libre, plena y eterna[4] ¿Cómo? Confiando en Dios y fiándonos de su Palabra ¡Esa es la clave del éxito!
Confiando en Dios y fiándonos de su Palabra vencemos cualquier tentación. Porque todas tienen siempre un común denominador: hacer que desconfiemos de Dios y que busquemos salir adelante siguiendo los laberintos del demonio: el egoísmo, buscar lo inmediato, usar a Dios y a los demás, y creer que todo se vale para alcanzar lo que queremos.
El egoísmo nos hace ver solo una parte de la realidad: lo material. Así nos hace creer que nada es más importante que satisfacer nuestras necesidades inmediatas y nuestros gustos, consumiendo sensaciones y emociones gratificantes, y llenándonos de cosas. Pero cuando se pasa la sensación y la emoción, terminamos insatisfechos. Entonces el demonio nos propone otra tentación: usar a Dios para que haga lo que queremos; curarnos de una enfermedad, solucionarnos un problema, ¡hasta sacarnos la lotería! Eso sí, sin comprometernos a vivir como nos pide. Pero de esta manera, terminamos desilusionados al buscar a un dios a nuestra medida, no al Dios verdadero.
Y es en ese momento cuando el demonio utiliza su arma letal: la ambición de poder; salirnos con la nuestra, tener éxito y dinero, rindiéndonos a sus “métodos”: mentir, hacer trampa, manipular, chismear, maltratar y hacer lo que sea para lograr lo que queremos, sin preocuparnos de si es bueno o malo. Pero así, al tiempo de lograr solo un éxito incompleto que tarde o temprano se acaba, terminamos plagando nuestro hogar y nuestro mundo de soledad, injusticia, corrupción, pobreza, contaminación y violencia ¡Provocamos un caos que nos daña a todos! Porque, como dice san Agustín, con lo que hacemos de malo a otros, nos perjudicamos a nosotros mismos[5].
Para que eso no nos suceda, Jesús nos enseña a dejarnos guiar por la Palabra de Dios, que nos hace ver la realidad completa. Así nos daremos cuenta que, si bien tenemos necesidades físicas, emocionales y sociales, también tenemos una gran necesidad espiritual: saber qué hacer para salir adelante, a nivel personal, familiar, social, político, económico, científico, cultural y deportivo. Y es precisamente la Palabra de Dios la que nos lo dice: amando y haciendo el bien. Así nos realizamos. Así progresamos. Así construimos una familia y un mundo mejor. Y así llegamos a la meta: la casa del Padre, de quien salimos y en quien seremos felices por siempre.
Por eso, ¡confiemos en la Palabra de Dios! Leámosla a menudo, meditémosla y hagamos lo que nos dice, como pide el Papa[6] ¡Es el mejor GPS que puede existir! No andemos por la vida sin ella.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 1ª Lectura: Gn 2,7-9; 3,1-7.
[2] Cf. 2ª Lectura: Rm 5,12-19.
[3] Catena Aurea.
[4] Cf. Sal 50.
[5] Confesiones Libro II, Cap. X, 1-3.
[6] Ángelus, 5 de marzo de 2017.