María se encaminó presurosa (cf. Lc 1, 39-48)
…
Isabel estaba viviendo momentos emocionantes, pero complicados, porque siendo ya mayor esperaba a su primer hijo ¿Y qué hizo María? Fue corriendo a ayudarla. En el siglo XVI los habitantes de lo que llegaría a ser México enfrentaban tiempos difíciles ¿Y qué hizo María? Corrió para auxiliarlos.
Así ha sido en nuestra vida ¿Verdad? Cuando más lo hemos necesitado, María ha corrido para echarnos la mano, repitiéndonos lo que dijo a san Juan Diego: “No te inquiete cosa alguna ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?”[1].
Sí, María, a quien Dios creo y eligió para ser Madre de su Hijo por obra del Espíritu Santo, es sensible a lo que le sucede a los demás y corre para ayudar. Porque como dice san Ambrosio: “el amor no conoce de lentitudes”[2].
¡Esa es nuestra Mamá! La Mamá que Jesús nos ha regalado. La Mamá que nos ama y nos cuida. Por eso venimos a darle gracias y a pedirle que siga echándonos la mano, con la confianza de que seguirá dándonos lo mejor que tiene: a Jesús, el único que puede liberarnos del pecado, unirnos a Dios y hacer nuestra vida eternamente feliz[3].
Jesús, Dios hecho uno de nosotros para salvarnos, nos abraza a través de su Palabra, de sus sacramentos y de la oración, y nos llena de su Espíritu para que, como él y como la Virgencita, amemos y corramos a servir a los que nos rodean, empezando por casa.
¡Hay tanta necesidad! La esposa, el esposo, los hijos, los papás, los hermanos, la suegra, la nuera, los vecinos, los empleados, los compañeros de escuela o de trabajo, los niños, los adolescentes, los jóvenes, los viejitos, los enfermos, los pobres, los abandonados, los adictos, los presos, las víctimas de la violencia, los desaparecidos, los migrantes, ¡necesitan tanto de nosotros!
Necesitan que estemos abiertos a Dios y a ellos. Que veamos lo que les pasa y que los ayudemos a tener una vida digna, a sentirse queridos, a realizarse, a progresar, a encontrar a Dios, a ser felices[4]. Por eso, como dice el Papa, nuestra Madrecita de Guadalupe nos pide: “ayúdame a levantar la vida de mis hijos, que son tus hermanos” [5].
Somos hijos de Dios y herederos de su vida eternamente feliz[6]. Vivamos esta grandeza. Amemos, como nuestro Padre Dios, que es amor. Y, como María, por amor, seamos buenos y corramos a hacer el bien.
+Eugenio A. Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
_______________________________
[1] VALERIANO Antonio, Nican Mopohua, traducción del náhuatl al castellano del P. Mario Rojas Sánchez, Ed. Fundación La Peregrinación, México 1998.
[2] Catena Aurea, 9139.
[3] Cf. Is 7, 10-14.
[4] Cf. Sal 66
[5] Santa Misa en la Basílica de Guadalupe, 13 de febrero de 2016.
[6] Cf. 2ª Lectura: Gál 4,4-7.