Toma al niño ya su madre y huye a Egipto (cf. Mt 2,13-15. 19-23)
…
Como muchas familias, la Familia de Jesús, María y José enfrentó carencias, problemas y peligros. Pero Dios no la abandonó, como no abandona a ninguna familia. Él siempre interviene para sacarnos adelante y ayudarnos a salvar la vida, presente y futura.
Lo hace a través de su Palabra, de sus sacramentos, de la oración, del prójimo y de los acontecimientos. Solo necesitamos hacerle caso y seguir sus caminos[1], como hizo la familia de Nazaret.
Él, que ha enviado a Jesús para liberarnos del pecado, darnos su Espíritu y hacernos familia suya, nos enseña que el camino para estar unidos, salir adelante y participar de su vida por siempre feliz es el amor; ser compasivos, generosos, humildes, amables, pacientes, soportarnos y perdonarnos unos a otros[2]. Y esto debe empezar en casa[3], practicando tres palabras claves que el Papa recomienda: permiso, gracias, perdón[4]. Hay que ser respetuosos y agradecidos, reconocer los errores, disculparse, y saber perdonar.
Sin embargo, no falta gente que, como Herodes, buscando su propio beneficio, promueve una cultura de muerte que invita a no pensar en Dios; que reduce la existencia y la sexualidad a puro placer sin responsabilidad y sin futuro; que nos encierra en la soledad del egoísmo para hacernos presa fácil del alcohol, de las drogas, del juego, de los placeres y del consumismo; que ve a los seres humanos como objetos que pueden ser usados, explotados, ignorados y desechados cuando su vida incomoda a otros.
Por desgracia, también nosotros podemos convertirnos de alguna forma en esos “Herodes”, y volvernos perseguidores de la propia familia y de los demás, con nuestros egoísmos y faltas de respeto; con nuestras envidias, mentiras, chismes y rencores; con nuestras indiferencias e infidelidades; con nuestras adicciones, parrandas y malas amistades; perdiéndonos en los videojuegos y las redes sociales, y siendo injustos, corruptos y violentos.
¿Qué hizo que Herodes fuera así? El egoísmo, que lo hacía vivir obsesionado con el poder, temiendo que alguien se lo arrebatara. Por eso, cuando oyó que había nacido el Mesías, intentó aniquilarlo. No comprendió, como explica san Agustín, que Jesús no venía a quitarle nada, sino a darnos a todos parte en su gloria, plena y eterna[5].
Cuando nos aferramos a cosas superficiales y efímeras que creemos que nos dan poder, corremos el riesgo de mirar a Dios como una amenaza. Y esto lo extendemos a los que sentimos que ponen en riesgo nuestro estatus, nuestros gustos, nuestros intereses o nuestra comodidad: los papás cuando nos llaman la atención, un bebé no deseado, un pobre, un migrante, un enfermo. Entonces, viéndolos como enemigos, los atacamos, con lo que, al tiempo de dañarlos, derrumbamos nuestro hogar y el mundo, y terminamos por destruirnos a nosotros mismos.
Para que eso no nos suceda, aprendamos de José a estar atentos a los mensajes de Dios. Así, mirando con claridad, sabremos defendernos a tiempo a nosotros mismos, a nuestra familia y a las demás familias de esa cultura de muerte que quiere arrebatarnos a Dios, encerrarnos en la soledad del egoísmo, quitarnos el valor y el sentido de la vida, matar la unidad, cancelar el verdadero progreso, y despojarnos de la eternidad.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
______________________________
[1] Cf. Sal 127.
[2] Cf. 2ª Lectura: Col 3,12-21.
[3] Cf. 1ª Lectura: Eclo 3,3-7. 14-17.
[4] Cf. Ángelus, 29 de diciembre de 2013.
[5] Cf. In sermonibus de innocentibus.

