Vimos surgir su estrella y hemos venido a adorarlo (cf. Mt 2,1-12)
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A veces vemos los acontecimientos sin reflexionar.
Por eso nos sentimos en tinieblas, sin comprender lo que Dios nos está diciendo y sin saber qué hacer. Pero cuando unimos fe y razón, todo cambia; resplandece sobre nosotros Dios, que nos hace ver la realidad de manera más completa[1]. Así podemos distinguir el camino que debemos recorrer para realizarnos, construir una familia y un mundo mejor, y llegar a la meta: el encuentro definitivo con Dios, en quien seremos felices por siempre.
Eso fue lo que hicieron los magos de oriente, científicos de su época que no se resignaban a quedarse solo con lo que observaban, experimentaban y comprobaban, sino que buscaban ir más allá; a las causas y al sentido de las cosas. Por eso, cuando vieron surgir una estrella, trataron de entender qué significaba para sus vidas y para el mundo; acudieron a las profecías que habían escuchado de los judíos de Babilonia, y comprendieron que era la señal que indicaba la llegada del Salvador[2].
Entonces, uniendo fe y razón, se pusieron en camino. No se quedaron pensando, sino que actuaron. No se resignaron a seguir como estaban; querían algo más, y sabían quién podía dárselos. Por eso, aunque fuera arriesgado, se lanzaron en búsqueda del Salvador, que ha venido a liberarnos del pecado, darnos su Espíritu y hacernos hijos de Dios, partícipes de su vida plena y eterna[3].
Y aunque el camino no fue fácil y las cosas se complicaron, no se sintieron defraudados, no se encerraron en la soledad de la autosuficiencia ni se echaron para atrás, sino que perseveraron; le buscaron, pidieron ayuda. Y Dios se valió, incluso de Herodes, de los sumos sacerdotes y de los escribas, para que nuevamente su Palabra los orientara hacia la meta: el encuentro con Jesús.
San Juan Crisóstomo dice que, como a los magos, Dios nos envía señales para encontrarlo a través de aquello que nos es familiar; personas, situaciones y acontecimientos[4]. Pero, ¿ponemos atención? ¿Sabemos discernir para comprender y hacer lo que nos pide? ¿O nos quedamos con lo inmediato, pensando que la vida es así, y que no vale la pena arriesgarse para buscar algo mejor?
Si queremos salir adelante, debemos desarrollar el don del discernimiento que Dios nos da, con ayuda de su Palabra, de sus sacramentos, de la oración y de los buenos consejos. Así comprenderemos mejor el porqué y el para qué de lo que pasa, y seremos capaces de saber qué hacer para encontrar a Dios, que ha venido a nosotros, desarrollarnos integralmente, y ayudar a que todo mejore en casa y en el mundo.
Y cuando las cosas no salgan como esperábamos, cuando una enfermedad, una pena o un problema eclipsen la señal que nos guiaba, no nos decepcionemos ni pensemos: “no se puede” ¡Echémosle ganas! Volvamos a discernir. Porque el discernimiento es como un GPS que nos saca adelante, por la ruta mejor, previniéndonos de los peligros, como hizo Dios con los magos al advertirles que no volvieran a Herodes.
A través del discernimiento, Dios nos hará ver el peligro de volver a la soledad del egoísmo, que nos hace presa fácil de los placeres y las adicciones, y que nos empuja a usar y desechar a los demás como si fueran “cosas”; y nos mostrará, como dice el Papa un camino alternativo[5]: el amor, que es capaz de hacer que todo mejore en nuestra vida, en nuestro hogar y en el mundo, y de llevarnos al encuentro de Aquel que nos hará felices por siempre.
+Eugenio A. Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 1ª Lectura: Is 60,1-6.
[2] Cfr. Nm 24,17: “Avanza una estrella de Jacob, y surge un cetro de Israel”.
[3] Cf. 2ª Lectura: Ef 3,2-3.5-6.
[4] Cf. Sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía VI.
[5] Cf. Homilía en la Epifanía del Señor, 6 de enero de 2019.