Gracias a la esperanza en la vida futura, el cristiano es testigo de vida, de gozo y de confianza.
2 Macabeos 7,1-2.9-14
2 Tesalonicenses 2,16-3,5
Lucas 20,27-38
Nuestra fe, que es la fe de la Iglesia, afirma que la muerte no es la última palabra pronunciada sobre la vida humana, porque en el fondo del ser humano está el sentimiento de la esperanza, de volver a encontrarnos en la Resurrección, en el cielo. Esta pretensión es muy grande, porque si le damos la grandeza a la muerte, entramos en una contradicción de nuestra fe.
Quien ha tenido la experiencia de perder a un ser querido o los que hemos tenido la experiencia de acompañar los restos mortales de alguien, en el camino nos hemos preguntamos: ¿es este el final de la historia? Hay que reconocer que nuestros sentidos nos dictan que realmente ahí termina todo.
Ante toda esta crisis, el capítulo 20 del Evangelio de San Lucas y el pasaje de los Macabeos presentan para nosotros una historia mejor que la que nosotros en nuestra crisis trabajamos mentalmente. Nos instruyen que la resurrección no es menor que la muerte o mejor dicho de otra manera, que sí hay algo después de la muerte y eso es la vida eterna.
Nuestra fe tiene la experiencia de un Dios rico en misericordia, que libera, que salva… da una respuesta sobre el amor y sabiduría de Dios. Y si decimos que tiene todo el poder y con su poder crea de la nada nuestro mundo, pues con ese poder puede derrotar a la muerte, es por eso que la primera lectura manifiesta la fuerza de estos muchachos luchadores.
Hay que estar convencidos que ni siquiera la muerte tiene un valor único, el valor grande y único lo tiene nuestro Señor Jesucristo, a él si hay que entregarle toda nuestra vida, toda nuestra acción, todo nuestro amor, hay que convencernos de que él tiene más poder que la muerte. Amén.
Pbro. José María Hernández Muñoz