El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él
Proverbios 9,1-6
Efesios 5,15-20
Juan 6,51-58
Continuamos la lectura y reflexión del capítulo seis del evangelio de san Juan. Este domingo, el Señor, en su famoso discurso pronunciado en la sinagoga de Cafarnaúm, nos sorprenderá, sobremanera, al ofrecernos un alimento que no tiene comparación alguna. Hoy, Jesús, el Maestro, promete darnos a comer su carne y a beber su sangre. ¡Qué cosa por demás admirable!
El texto de la primera lectura habla de cómo la sabiduría, que personifica a Dios mismo, ha preparado un banquete en el que se ofrece, ante todo, pan y vino. De manera misteriosa y, a la vez, profética, Dios va anticipando desde el Antiguo Testamento una extraordinaria comida que, a la luz de Nuevo Testamento, comprendemos que se trata del cuerpo y la sangre de Jesús. El libro de los Proverbios insiste en tener sencillez, sabiduría y prudencia, para poder participar y aprovechar este alimento.
En el evangelio, nuestro Señor, después de hablar que él es el pan que ha bajado del cielo (domingos anteriores), ahora nos dice, con toda claridad, que nos va a dar su cuerpo y su sangre como comida y bebida: “Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él”. Estas palabras de Jesús las comprendemos plenamente cuando él, en la última cena, toma pan y vino y dice: “esto es mi cuerpo… coman de él…; ésta es mi sangre… beban de ella…” (cfr. Mt 26,26-29).
Qué magnífico don nos ha dejado el Señor para el camino de la vida: su cuerpo y su sangre, alimento y bebida. Debemos aprovechar este manjar, de tal manera, que cada vez que participemos de la celebración de la Misa, comamos el cuerpo de Cristo en la sagrada comunión; recordando que esta práctica nos hará entrar en comunión con él y estaremos preparando nuestra resurrección y la vida eterna.
San Pablo, por último, nos exhorta a vivir algunas virtudes y, de manera especial, nos invita a ser hombres y mujeres de oración: “expresen sus sentimientos con salmos…, cantando con todo el corazón las alabanzas al Señor. Den continuamente gracias a Dios Padre…”.
En la Eucaristía de este domingo contemplemos el misterio del Dios hecho hombre, Jesucristo, que se nos da como alimento y bebida de salvación; y, en nuestra oración, sepamos agradecer a Dios este gran regalo (tesoro) que tenemos en nuestra fe católica. Amén.
+ Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros