El tiempo y el espacio se vuelven fecundos y luminosos gracias a la escucha obediente de la Palabra de Dios.
Génesis 18,1-10a
Colosenses 1,24-28
Lucas 10,38-42
El tema de la hospitalidad da el tono a las lecturas bíblicas de este domingo: Abraham acoge a Dios en tres personajes misteriosos; Marta y María acogen a Jesús en su casa. Todo está orientado a recordarnos aquella acogida fundamental que se encuentra a la raíz de la vida del discípulo cristiano: la acogida de Palabra. Si en cada acto de escucha se trasluce un generoso gesto de amor, de hospitalidad, de interés por el otro, mucho más cuando es a Dios mismo a quien escuchamos. Según la tradición bíblica la creación entera surgió a la vida y existe gracias a la Palabra. Por eso para el creyente escuchar es vivir. El tiempo y el espacio se vuelven fecundos y luminosos gracias a la escucha obediente de la Palabra de Dios.
La primera lectura (Gn 18,1-10a) narra la visita misteriosa de Dios, a través de tres personajes que llegan a la tienda de Abraham, en la encina de Mambré en el momento más caliente del día (v. 1). El texto parece haber sufrido varios retoques en su redacción. Por eso habla indistintamente en singular y en plural en relación con los personajes. ¿Es uno? ¿Son tres? Yahvéh se aparece y Abraham ve tres hombres (vv. 1-2). Parece ser que en su forma original el relato hablaba de Yahvéh junto a los otros dos que le harían escolta. Lo importante es el tema fundamental del relato: la promesa del hijo. La conversación final que tiene Abraham con uno de los tres personajes, en efecto, gira en torno al hijo que le nacerá dentro de un año como don de Dios (v. 10). La promesa se hizo posible gracias a la hospitalidad de Abraham que con generosidad se preocupó por acoger y atender a los huéspedes, según las más sagradas costumbres del antiguo medio oriente.
Es fundamental en el texto la ignorancia de Abraham: Él no sabe que se trata de Dios. Sin embargo se preocupa por acoger a los visitantes, lo cual se ve claro observando cómo actúa. Al inicio está sentado a la entrada de la tienda (v. 1), luego se desvive junto con Sara en atenciones y preparativos (corre, se da prisa, da órdenes) (vv. 2-8a), y al final, mientras los huéspedes comían, “él se quedó de pie junto a ellos, bajo el árbol” (v. 8b). Después que llegaron los misteriosos personajes, Abraham no se vuelve a sentar. Está siempre de pie en actitud de servicio y de disponibilidad. El desenlace del relato con la promesa de un hijo hecha a un hombre anciano (Abraham) y a una mujer estéril (Sara) demuestra la dimensión de fecundidad y de vida que se encierra en cada pequeño gesto de hospitalidad y de acogida.
La segunda lectura (Col 1,24-28) nos ofrece una descripción ideal del apóstol de Cristo a través de dos rasgos esenciales: la imitación de Cristo a través del sufrimiento y el anuncio del misterio que nos ha sido revelado. En primer lugar, el apóstol se identifica porque imita a Cristo, compartiendo el sufrimiento y la persecución que el mismo Cristo tuvo que pasar. Por eso dice Pablo que él va completando lo que falta a la pasión de Cristo, la cual se prolonga en la historia a través de las dificultades y pruebas que sufren los anunciadores del evangelio. En segundo lugar, el apóstol se define a través del ministerio de la palabra al cual ha consagrado su existencia. El compromiso pastoral y misionero es su primera preocupación: “A este Cristo anunciamos nosotros, corrigiendo e instruyendo a todos lo mejor que sabemos para que podamos presentar a todos plenamente maduros en su vida cristiana” (v. 28). El objeto de la predicación es el misterio escondido por siglos y revelado ahora en Cristo para gloria nuestra (v. 27); el objetivo es conducir a toda la humanidad y a cada hombre a la perfección delante de Dios.
El evangelio (Lc 10,38-42) está construido a partir del contraste existente entre las personalidades de las dos hermanas que reciben a Jesús en su casa: María, sentada a los pies de Jesús escucha su palabra, y Marta, preocupada por el trabajo de la casa a fin de ofrecer una digna acogida al Maestro. María hace una sola cosa: escucha; Marta, realiza muchas cosas, ocupada en los diversos servicios domésticos.
Una lectura tradicional errónea de este texto evangélico ha visto en cada una de las dos hermanas una especie de símbolo: María, representaría la contemplación; Marta, la acción. En realidad la enseñanza de Jesús no se encuentra tanto en la actividad que realizan las dos mujeres, sino más bien en la actitud de fondo con la cual la realizan.
María aparece descrita “sentada a los pies de Jesús” (v. 39). Esta postura indica su condición de discípula. Sabemos que en el judaísmo esta expresión se utilizaba para indicar que alguien seguía a algún maestro particular. Los profetas, discípulos de Eliseo, son descritos sentados frente a él (2 Re 4,38); el endemoniado de Gerasa después de su curación aparece “sentada a los pies de Jesús” (Lc 8,35); Pablo dice que él fue “educado a los pies de Gamaliel” (Hch 22,3). En el texto evangélico Jesús aparece como verdadero Rabbí y María como su discípula, que sentada a sus pies, “escuchaba su palabra” (v.39). El verbo griego en imperfecto indica que la actitud de María no es pasajera, sino que perseveraba en la escucha. Ella es modelo del discípulo que fundamenta toda su vida en la escucha obediente de la palabra de Jesús. Es como el hombre prudente y sabio que construye la casa sobre roca (Lc 6,46-48), es como la tierra buena que produce mucho fruto (Lc 8,15).
Es significativo además que Lucas presente una figura femenina como modelo de discípulo, lo cual representa en el contexto judío de la época una novedad escandalosa. María, una mujer, se atreve a colocarse junto a los discípulos más íntimos del Señor, para ser también ella discípula. En un texto rabínico de la época se afirmaba: “Estos son los trabajos que debe hacer una mujer para el marido: coser, lavar, cocinar, dar el pecho a los niños, limpiar la casa y trabajar la lana…”. María en cierto modo, al ser acogida por Jesús como su discípula, quebranta la tradición judía dentro de la cual solamente los hombres podían dedicarse al estudio de la Ley.
Marta es descrita con el verbo griego perispáo, que se puede traducir como “estar ansioso”, “vivir en gran tensión”. Ella “anda inquieta y preocupada por muchas cosas”. Por eso Jesús, que en otro lugar recomienda: “no se inquieten pensando qué van a comer para poder vivir, ni con qué vestido cubrirán su cuerpo” (Lc 12,22), le recuerda “la única cosa necesaria”, es decir, la actitud fundamental que debe preceder, alimentar y sostener cualquier opción del discípulo: la escucha de la palabra. La frase final de Jesús, que en los textos de los papiros y de los códices griegos del Nuevo Testamento ha tenido diversas formulaciones, constituye el programa básico de toda comunidad cristiana en la acción y en la contemplación, en el trabajo y en la oración, viviendo en el bullicio de la ciudad o estando en el silencio de la plegaria: “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada por muchas cosas, cuando en realidad una sola es necesaria. María ha elegido la parte mejor, y nadie se la quitará”.
El texto de Marta y María viene a continuación de la parábola del buen samaritano, la cual termina con las palabras: “Ve y haz tu lo mismo”, es decir, actúa, muévete. Para que no parezca que este “hacer” es un hacer cualquiera, sino un “hacer” que nace de lo profundo, el evangelista Lucas narra inmediatamente después el episodio de la escucha de María. En su actitud se manifiesta la exigencia ineludible y absolutamente necesaria para llegar a ser un discípulo auténtico y poner en práctica la voluntad de Dios: la escucha atenta y obediente de la Palabra de Jesús. Para el evangelio esta es “la única cosa que es necesaria”, “la parte mejor que nunca nos será quitada”.
Mons. Silvio José Báez, o.c.d.
debarim.it