Cristo hizo suyas nuestras debilidades y cargó con nuestros dolores.
Reflexión de Mons. Ruy Rendón para el domingo 08 de febrero de 2015.
Job 7,1-4.6-7
1Corintios 9,16-19.22-23
Marcos 1,29-39
El evangelio de este domingo nos presenta una jornada completa de trabajo pastoral realizada por nuestro Señor. En esta jornada contemplamos a Jesús desgastando su vida con el único afán de servir; para ello: cura a los enfermos, hace oración y predica la Palabra.
Todo comienza con la noticia de que Jesús, saliendo de la sinagoga (recordamos el evangelio del domingo pasado), va a la casa de Simón y Andrés (al parecer, Jesús convirtió esta casa, en su propia casa). Allí cura a la suegra de Simón “se le acercó, y tomándola de la mano, la levantó…”. Al atardecer continúa su labor de curar a los enfermos y expulsar los demonios. Concluimos cómo el Señor se compadecía de los enfermos, manteniendo una actividad desgastante, buscando siempre mitigar el sufrimiento de las personas. Nosotros, siguiendo su ejemplo, debemos comprometernos en la atención de aquellas personas más vulnerables de nuestra sociedad.
La acción de Jesús es complementada con algo que para muchos pudiera ser “pérdida de tiempo”. El Señor, muy de madrugada, “se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar”. Esta es otra gran enseñanza que nos da el Maestro; enseñanza que nos lleva, necesariamente, a valorar los tiempos formales que le dedicamos a la oración. No sólo “trabajar y trabajar”; el discípulo misionero requiere de momentos en los que él se encuentre a solas con Aquél que sabemos que nos ama.
Ante el comentario que Simón y sus compañeros le hace: “todos te andan buscando”. Él les responde invitándolos a ir a otros pueblos para predicar en ellos la Buena Nueva. Al final, el evangelio de este domingo nos habla de que Jesús recorría toda Galilea, “predicando en las sinagogas”. Esta actividad de Jesús es también digna de resaltar. En efecto, cada uno de nosotros, junto con la acción dirigida a los más necesitados y la oración dirigida a nuestro Padre Dios, tenemos, en la predicación de la Palabra, una tarea imprescindible.
San Pablo, en la segunda lectura, nos recuerda precisamente la gran responsabilidad que tiene todo bautizado de predicar el Evangelio. La frase del apóstol es magistral: “¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio!”. Recorriendo su vida y leyendo sus escritos, nos daremos cuenta de lo que representó para él esta tarea de predicar a Jesucristo.
Le pedimos a Dios nuestro Señor, en la Misa de este domingo, que nunca nos falte en cada jornada de nuestra vida: las buenas acciones, la oración, y la predicación de la Palabra. Amén.
+Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros