Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira…, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta un precipicio… para despeñarlo…
Jeremías 1,4-5.17-19
1 Corintios 12,31 – 13,13
Lucas 4,21-30
La Palabra de Dios nos sugiere en este domingo dos temas de reflexión. El primero de ellos acerca de la vocación profética y sus consecuencias; y el segundo, acerca de la importancia y trascendencia del amor como un don de Dios.
El profeta Jeremías es llamado por Dios para predicar su palabra a los israelitas. El Señor, desde un principio, le hace ver a Jeremías que esta vocación no es fácil ni cómoda, ya que implicaba persecuciones, críticas e incomprensiones; sin embargo, hay que decirlo con toda claridad, Dios no lo envía desarmado y solo, sino que le promete darle fortaleza y acompañarlo en su ministerio: “No temas, no titubees delante de ellos… Te hago ciudad fortificada, columna de hierro y muralla de bronce…Te harán la guerra, pero no podrán contigo, porque yo estoy a tu lado para salvarte”.
San Lucas nos cuenta en el evangelio cómo Jesús, el profeta ungido por Dios para anunciar la Buena Nueva, es rechazado por la gente de Nazaret, la tierra donde se había criado. La razón de las críticas de sus paisanos fue a causa de su predicación en la sinagoga, ya que les hizo ver su poca fe y su indiferencia para las cosas de Dios; les recordó algunos pasajes del antiguo testamento en los que se dice que Dios envió a sus profetas a realizar algunos prodigios a favor de personas no judías, pero que tenían una gran fe.
Esta predicación los incomodó a tal grado, que intentaron quitarle la vida: “Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira…, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta un precipicio… para despeñarlo…”. Sin embargo, al igual que al profeta Jeremías, Dios no abandonó a Jesús, al contrario, lo protegió para que no le sucediera nada: “Pero él, pasando por en medio de ellos, se alejó de ahí”.
Nosotros, por nuestro bautismo-consagración, recibimos la vocación para ser profetas de Dios y predicar a los demás su Palabra, anunciando la Buena Nueva y denunciando las situaciones de pecado presentes a nuestro alrededor. En este servicio, se nos presentarán, con frecuencia, críticas e incomprensiones, en mayor o menor grado. No olvidemos que el Señor no nos abandona, nos acompaña, confiemos en su palabra: “yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28,20).
El contenido de la segunda lectura, por otra parte, nos recuerda la primacía de la caridad sobre las otras dos virtudes teologales (la fe y la esperanza). Al estar en el Año de la Misericordia, es bueno considerar la relación estrecha entre la fe y la caridad. En efecto, como señalaba el Papa Benedicto XVI en Porta fidei 14: “La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino…”.
Que nuestras comunidades cristianas se destaquen, de modo especial en este año, por ser comunidades que profesan su fe a través de una predicación comprometida y perseverante, y que viven su fe a través de la misericordia a favor de los más necesitados. Amén.
+ Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros