Jesús debía resucitar de entre los muertos (cf. Jn 20, 1-9)
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María Magdalena echó a correr aquella madrugada en la que, al ir al sepulcro, con sorpresa vio removida la piedra que lo cerraba ¡Era el colmo! ¡Hasta el cuerpo de Jesús les había sido arrebatado! Así se lo hace saber a Simón Pedro y al discípulo amado del Señor, desesperada ante este aparente triunfo definitivo del mal.
A veces nos sucede igual; ante una enfermedad, una pena, un problema, las injusticias y la violencia que padecemos, llegamos a pensar que no hay salida; que el mal es tan poderoso, que hasta la última esperanza nos ha sido arrebatada. Y esto, como señala el Papa, es muy peligroso, porque nos entumece y nos paraliza al creer que nada puede hacerse para revertir tantas injusticias que viven tantos y tantos hermanos[1].
Si somos de esos que sienten y piensan que nada se puede hacer para que nuestra vida, nuestro matrimonio, nuestra familia, nuestros ambientes de estudio o de trabajo, nuestra comunidad, nuestra Iglesia, nuestra sociedad y nuestro País mejoren, démonos la oportunidad de correr con Pedro y el otro discípulo al sepulcro, y viendo los signos del resucitado, creamos lo que significan.
Descubramos que nos dicen, como señala san Juan Crisóstomo: “Cristo ha resucitado y la vida ha surgido”[2]. Él ha abierto para ti y para mí, ¡para todos!, un futuro pleno, dichoso, sin límites y sin final. Resucitando, ha vencido con el poder del amor al pecado, al mal y la muerte, y ha hecho triunfar la verdad, el bien, la justicia, el progreso y la vida.
Comprendiéndolo, resucitemos desde ahora con Jesús a una vida nueva, buscando los bienes de arriba[3], del cielo, es decir a Dios, el único que nos puede liberar de la soledad, darle sentido a todo y brindarnos la esperanza de una vida por siempre feliz. Y como Jesús, pasemos por este mundo unidos a Dios y haciendo el bien[4].
Que al levantarnos, lo primero que hagamos sea saludar a Dios, agradecerle tantas bendiciones, pedirle perdón por nuestras faltas, encomendarle a nuestros familiares, amigos y a los más necesitados, poner en sus manos nuestros planes y trabajos, y suplicarle que nos ayude a conocer su voluntad y nos de fuerza para hacerla.
¡Sí! Unámonos a Dios meditando su Palabra, recibiendo sus sacramentos, conversando con él en la oración, para que nos ayude a pasar el resto del día haciendo el bien a la familia y a los que nos rodean, con nuestras palabras y obras. Así seremos resucitados que, siendo comprensivos, justos, serviciales, pacientes, perdonando y pidiendo perdón, ayudemos a que nuestro matrimonio, nuestra familia, nuestros ambientes, nuestra Iglesia y nuestra sociedad resuciten a una vida mejor.
Que la esperanza que Jesús nos da de que, gracias a la misericordia de Dios no moriremos, sino que continuaremos viviendo[5], nos anime a dar lo mejor de nosotros cada día ¡Sí se puede, Cristo resucitado está con nosotros para sacarnos adelante! ¡Echémosle ganas!
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Homilía en la Misa de la Vigilia Pascual, 1 de abril de 2018.
[2] Homilía sobre la Pascua.
[3] Cf. 2ª Lectura: Col 3,1-4.
[4] Cf. 1ª Lectura: Hch 10,34.37-43.
[5] Cf. Sal 117.