El Reino de Dios está cerca. Arrepiéntanse y crean en el Evangelio (cf. Mc 1,14-20)
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Simón, Andrés, Santiago y Juan tenían familia, amistades y trabajo. Eran parte de una comunidad, con sus cosas buenas y malas. Su vida era normal, y a veces rutinaria, como la nuestra. Pero de pronto Jesús vino a su encuentro y les abrió un panorama infinito y maravilloso.
Los invitó, como dice el Papa, a vivir hoy lo que tiene sabor a eternidad: el amor a Dios y al prójimo[1].
Y ellos le entraron. Siguieron a Jesús, que les enseñó a mirar lo que hasta ahora pasaban por alto y a dejar atrás, como dice san Jerónimo, el antiguo trato del mundo[2]. Así aprendieron a relacionarse con la familia y con los demás de una manera nueva: haciendo todo para ayudarles a alcanzar una vida plena y eterna.
También hoy, el Señor, que es bueno y nos enseña el camino[3], viene a nuestro encuentro y nos llama a mejorar, como hizo con los ninivitas por medio de Jonás[4]. Y nos pide que, así como él nos echa la mano, le echemos la mano a los demás; que rescatemos a la familia y a la sociedad del mar tempestuoso del egoísmo, la soledad, los vicios, la pobreza y la violencia, y los llevemos a Dios, que hace la vida por siempre feliz.
¿Cómo hacerlo? Amando y haciendo el bien, como enseña la Palabra de Dios, que se encuentra en la Biblia y en la Tradición de la Iglesia[5] ¡Alimentémonos todos los días de esa Palabra! Así, como explica el Papa, al igual que Jesús, sabremos convertirnos en contemporáneos de las personas que encontremos y saldremos juntos adelante, sin dejarnos anclar en nostalgias estériles por el pasado, ni perdernos en ilusiones desencarnadas hacia el futuro[6].
Quizá nos dé un poquito de miedo seguir de verdad, con todo, a Jesús. Así le pasaba a san Agustín, que confiesa: “estaba entregado al goce de los bienes del momento presente, que se me escurrían entre las manos dejándome distraído y disperso. Y yo me decía: “Mañana”…. Dejaba siempre para mañana el vivir en ti … Deseando la vida feliz, tenía miedo de hallarla y huía… El temor es enemigo de lo nuevo… Pero, ¿dónde hay fuera de ti, Dios mío, seguridad verdadera?”[7].
Con Jesús no perdemos nada ¡Al contrario! Por eso san Agustín aconseja: “Encomienda a Dios todo lo que de él has recibido, con la seguridad de que nada habrás de perder: florecerá en ti lo que tienes podrido… Lo que hay en ti de fugaz y perecedero será reformado; las cosas no te arrastrarán hacia donde ellas retroceden, sino que permanecerán contigo y serán siempre tuyas, en un Dios estable y permanente”[8].
¡No le saquemos! La vida es corta. Las cosas, las enfermedades, las alegrías, las dificultades y las penas son pasajeras[9]. Veamos más allá, hacia la meta eterna, y sigamos a Jesús, que nos guía a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y del prójimo. Así podremos ir mejorando y hacer que nuestro paso por esta vida valga la pena, haciendo algo por los demás ¡A echarle ganas!
+Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Homilía Santa Misa, Lima, 21 de enero de 2018.
[2] Cf. Catena Aurea, 6114.
[3] Cf. Sal 24.
[4] Cf. 1ª Lectura: Jon 3, 1-5.10.
[5] Cf. Aperuit illis, 11.
[6] Ibíd., 12-13.
[7] Confesiones, II, 6, 2; VI, 11, 1; XI, 4; II, 6
[8] Ibíd., IV, 11, 1.
[9] Cf. 2ª Lectura: 1 Cor 7, 29-31.