Concebirás y darás a luz un Hijo (cf. Lc 1, 26-38)
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David, que había alcanzado el éxito, se acordó de que mientras que él vivía en una mansión, el arca e Dios estaba en una tienda de campaña.
Entonces decidió construirle una casa. Pero el Señor le hizo ver que en realidad, todo lo que era y tenía, se lo había dado él, y que estaba dispuesto a darle todavía más: consolidar su descendencia y su reino para siempre[1].
Así es Dios. Es él quien nos lo da todo ¡Hasta más de lo que esperamos! Sin embargo, a veces lo olvidamos. Entonces acabamos creyendo que somos únicamente nosotros los que construimos lo que somos y tenemos. Pero eso nos limita, porque por mucho que nos esforcemos, siempre habrá cosas que nos superen. Entre ellas, la muerte, que entró en el mundo a causa del pecado que la humanidad cometió.
Pero Dios, que nos ama para siempre[2], nos ha echado la mano enviándonos a Jesús, en quien se ha hecho uno de nosotros para liberarnos del pecado, compartirnos su Espíritu y hacernos hijos suyos, partícipes de su vida por siempre feliz, que consiste en amar. Así nos ofrece un futuro. Nos hace posible alcanzar lo que para nosotros es imposible.
Solo necesitamos fiarnos de él y hacer lo que nos pide, como supo hacerlo la Virgen María. A ella, Dios la había creado y elegido para tener parte en su gran proyecto de salvar al universo, asignándole una participación única: concebir por obra del Espíritu Santo y dar a luz a su Hijo, el salvador, cuyo reinado no tendrá fin.
“¿Cómo podrá ser esto –pregunta María–, puesto que yo permanezco virgen?”. “No duda que debe hacerse –explica san Ambrosio–, puesto que pregunta cómo se hará”[3]. María confía en Dios, en su sabiduría, en su omnipotencia, en su bondad y en su amor. Por eso responde al mensajero divino: “He aquí la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que me has dicho”.
La respuesta de María, como señala el Papa, expresa disponibilidad y servicio[4]. No pidió garantías. No exigió privilegios. No insistió en que se le predijera el futuro. Hizo lo que Dios le pedía. Hagámoslo también. Entrémosle al proyecto de Dios de salvarnos y de salvar nuestro matrimonio, nuestra familia y al mundo, siendo comprensivos, justos, pacientes, solidarios, serviciales, perdonando y pidiendo perdón.
Quizá nos parezca imposible. Y lo es, si queremos hacerlo solos. Pero Dios está con nosotros. Él, a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y del prójimo, nos da la fuerza que necesitamos[5]. Solo hace falta que, como María, lo dejemos entrar en nuestras vidas, para que él pueda actuar en nosotros y a través de nosotros ¡Hagámoslo!
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 1ª Lectura: 2 Sam 7,1-5.8-12.14.16.
[2] Cf. Sal 88.
[3] Catena Aurea, 9134.
[4] Cf. Ángelus, 24 de diciembre de 2017.
[5] Cf. 2ª Lectura: Rm 16,25-27.

