Velen, pues no saben a qué hora regresará el dueño de la casa
(cf. Mc 13, 33-37)
…
Dos amigos acampaban. Y al despertar, uno dice: “Mira hacia arriba y dime qué ves”. “El cielo”, contesta el otro. “Y eso, ¿qué te dice?”, pregunta el primero. “¿Que hay millones de galaxias y de planetas?”, responde preguntando el otro. “¡No!”, grita el primero: “¡Que nos han robado la tienda de campaña!”. Moraleja: hay que estar alerta.
Sí, hay que estar alerta. Porque a nadie le gusta que le quiten sus cosas. Y Dios, que nos ha creado y nos ama, no quiere que perdamos lo más valioso que nos ha regalado: la vida. Por eso, cuando nos dejamos “dormir” por el demonio, que haciéndonos desconfiar del Creador nos robó la paz y la vida, Dios rasgó el cielo y bajó[1], hasta hacerse uno de nosotros en Jesús, para rescatarnos del pecado, compartirnos su Espíritu y hacernos hijos suyos, partícipes de su vida por siempre feliz, que consiste en amar.
Así nos enriqueció de tal manera que no carecemos de ningún don[2]. ¡Esto es lo que celebramos en Navidad! Y para vivir esta gran fiesta de amor, hoy iniciamos un tiempo de entrenamiento especial llamado “Adviento”, en el que Dios, que viene continuamente a echarnos la mano[3], nos ayuda a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía y de la oración, a comprender que Jesús, que vino a salvarnos y retornó al Padre, nos ha encomendado su casa, esperando que al volver nos encuentre haciendo lo que nos toca.
Sí, él nos ha confiado nuestra vida, nuestro matrimonio, nuestra familia, nuestro noviazgo, nuestros ambientes de vecinos, de amistades, de estudio y de trabajo, nuestra comunidad, nuestra Iglesia, nuestra ciudad, nuestro estado, nuestro país, nuestro mundo, y nuestra tierra, y espera que trabajemos con ganas, amando y haciendo el bien.
“El amor –recuerda el Papa–… nos permite construir una gran familia donde todos podamos sentirnos en casa… la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro… hemos sido hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el amor”[4]. Y esa plenitud Jesús la hará eterna cuando vuelva para llevarnos a gozar por siempre de él.
Por eso, ¡cuidado con quedarnos dormidos, encerrados en nosotros mismos, y mirando a los demás como si fueran cosas que podemos usar, desechar o ignorar! Porque como advierte san Agustín, el día del retorno del Señor encontrará dormido “a todo aquel a quien el último día de su vida le haya encontrado desprevenido”[5].
“El Evangelio –comenta el Papa– no nos quiere dar miedo, sino abrir nuestro horizonte a otra dimensión, más grande” [6]. ¡Sí! Dios, que nos ama y quiere lo mejor para nosotros, nos invita a salir del egoísmo, que nos restringe y nos confina; nos invita a ir más allá de lo inmediato y pasajero; y ser capaces de desarrollarnos infinitamente, abarcando a la familia, a los demás y al mundo entero, hasta alcanzar una vida dichosa, sin límites y sin final. Por eso, ¡a velar y a estar preparados!
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
___________________________________
[1] Cf. 1ª Lectura: Is 63, 16-17. 19; 64, 2-7.
[2] Cf. 2ª Lectura: 1 Cor 1, 3-9.
[3] Cf. Sal 79.
[4] Fratelli tutti, 62, 66, 68.
[5] Epístola 80.
[6] Angelus, 27 de noviembre 2016.

