Demos fruto con los talentos recibidos (cf. Mt 25,14-30)
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A Gianna Beretta, nacida en 1922, Dios le confió ser educada cristianamente por sus padres; estudiar medicina y especializarse en Pediatría; aprender alpinismo y esquí; casarse y ser madre de cuatro hijos. Y ella supo armonizar sus deberes de madre, esposa, médico, ciudadana y cristiana, haciendo además apostolado en la Acción católica y en la Sociedad de San Vicente de Paúl, sirviendo a jóvenes, ancianos y necesitados, hasta que dio su vida para salvar a su última hija. Así llegó a la casa del Padre a los cuarenta años de edad.
También a Carlo Acutis, nacido en 1991, el Señor le confió la fe, simpatía, inteligencia, habilidad para las nuevas tecnologías. Y él, desde que recibió la Primera Comunión, iba a Misa todos los días, oraba ante del Sagrario y rezaba el Rosario. Daba testimonio en casa, la escuela y en sus ambientes. Incluso su mamá, que había estado alejada de la fe, reconoce: “Carlo fue mi salvación”. Carlo usaba la informática para evangelizar. Ayudaba a inmigrantes, discapacitados, niños y mendigos. Decía: “Nuestra meta debe ser el infinito, no lo finito”. Y ahí llegó a los quince años, tras padecer leucemia fulminante.
Como a ellos, Dios nos ha confiado muchas cosas: la creación, la vida, el cuerpo, el alma, la inteligencia, la voluntad, la libertad, sentimientos, amor, la familia, amigos, la sociedad, la Iglesia, los dones que nos ha concedido. “Se fía de nosotros –dice el Papa–… No lo decepcionemos” [1]. Mantengámonos despiertos y demos fruto[2] ¿Cómo? Permaneciendo unidos a Jesús[3], a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía y de la oración.
Así podremos seguir sus caminos[4], abriendo la mano a todos, especialmente a los más necesitados[5]. Esto es lo que él nos pide a través de la parábola del hombre que antes de partir de viaje encargó sus bienes a sus servidores de confianza, esperando que dieran fruto a su regreso ¿Cuál es la clave para hacerlo? El amor.
Ese amor que hace llevar la vida a plenitud, cuidando la salud física, sexual, emocional, intelectual, moral y espiritual. Ese amor que nos hace valorar a la familia y darle lo mejor de nosotros. Ese amor que impulsa a progresar y a fomentar las capacidades económicas y tecnológicas a fin de hacer crecer los bienes y la riqueza para compartirlos con todos[6]. Ese amor que nos anima a promover la vida, la dignidad y los derechos de toda persona, y a custodiar la casa común, que es la tierra.
Quien vive así, entrará en el gozo eterno del Señor. En cambio, el que no tiene amor y justifica su egoísmo diciendo que Dios es demasiado exigente, perderá todo para siempre, como explica san Gregorio[7].
Ahora que la pandemia nos hace sentirnos a necesitados y débiles, demos fruto con lo que Dios nos ha confiado, tendiendo la mano a la familia y a los que nos rodean, especialmente a los que más lo necesitan, como pide el Papa en esta Jornada mundial de los pobres, descubriéndonos parte del mismo destino[8].
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Ángelus, 16 de noviembre de 2014.
[2] Cf. 2ª Lectura: 1 Tes 5,1-6.
[3] Cf. Aclamación: Jn 15, 4.5.
[4] Cf. Sal 127.
[5] Cf. 1ª Lectura: Prov 31,10-13.19-20.30-31.
[6] Cf. Fratelli tutti, 123.
[7] Cf. SAN GREGORIO MAGNO, Homiliae in Evangelia, 9,6.
[8] Cf. Mensaje para la Jornada mundial de los pobres, 15 de noviembre 2020.

