Amarás a Dios con todo tu ser, y a tu prójimo como a ti mismo (cf. Mt 22, 34-40)
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El tiempo es limitado. Por eso, muchos atletas preguntan a los expertos qué ejercicio es el mejor de todos para lograr buenos resultados. Y lo mismo deberíamos preguntar respecto de algo mucho más integral, necesario y definitivo: ¿Qué es lo más importante para ser felices por siempre?
Hoy Jesús nos da la respuesta. Lo hace al contestar a la pregunta del fariseo sobre el mandamiento más grande de la ley. Le ayuda a ver, como explica el Papa, “aquello que verdaderamente cuenta”[1]: el amor, que en definitiva es Dios. Ese Dios que nos ha creado a imagen suya, con la capacidad y la responsabilidad de recibir y dar amor. Por eso, solo quien ama se une a él; solo quien ama se realiza; solo quien ama construye una familia y un mundo mejor; solo quien ama es feliz para siempre.
Esa es la razón por la que Jesús enseña que el camino es uno: el amor; amar a Dios con todo nuestro ser, y amar al prójimo como a nosotros mismos. “¿Quieres amarte a ti mismo?”, pregunta san Agustín, y responde: “Ama a Dios con todo tu ser, pues allí te encontrarás a ti, para que no te pierdas en ti mismo”[2].
Amarnos a nosotros mismos es buscar nuestro verdadero bien ¿Y quién mejor que Dios, que nos ha creado, sabe lo que nos conviene? Él nos ha dado la existencia; y cuando nos deformamos a causa del pecado que cometimos, envió a Jesús para que, haciéndose uno de nosotros y amando hasta dar la vida, nos restaurara, nos compartiera su Espíritu y nos hiciera hijos suyos, partícipes de su vida por siempre feliz, que consiste en amar.
Sí, Dios nos ama. Está de parte nuestra. Confiemos en él. Amémosle y hagámosle caso[3]. Dejémosle que nos abrace a través de su Palabra, de la Liturgia –especialmente de la Eucaristía– y de la oración. Así él, que es nuestra fuerza[4], nos hará capaces de amarnos a nosotros mismos y de vivir con dignidad, amando al prójimo, como a nosotros mismos, buscando el bien de los demás[5].
No hagamos sufrir a nadie. No oprimamos. No explotemos. No lucremos con ninguna persona, especialmente con los más necesitados[6]. Y cuando las tentaciones nos inquieten, los problemas nos agobien y alguien nos pague mal, miremos más allá; la eternidad que nos aguarda, y sigamos adelante, amando y haciendo el bien.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Ángelus, 29 de octubre de 2017.
[2] Sermón 179 A.
[3] Cf. Aclamación: Jn 14, 23.
[4] Cf. Sal 18.
[5] Cf. 2ª Lectura: 1 Tes 1,5-10.
[6] Cf. 1ª Lectura: Ex 22, 20-26.

